El destrozo perpetrado entre silabeos de Pijolandia opaca al PP

De la política-espectáculo a convertir la política en un circo

Rajoy y Cospedal han reaccionado con el imprescindible puñetazo

El presidente valenciano tiende a confundir liderazgo con compadreo y ha dado la impresión de sentirse intimidado por responsabilidades políticas graves

Sabían de lo que hablaban Garzón y Bermejo cuando, en la célebre cacería de Jaén que le acabó costando el puesto al ministro, se refocilaban del agujero que le iban a abrir al PP con la investigación de la trama Gürtel. Vaya si lo sabían.

Lo que probablemente no contemplaban en su ignominioso mano a mano era la colaboración que acabarían encontrando en un partido cuya propiedad más contrastada es la de zancadillearse a sí mismo.

Escribe Ignacio Camacho en ABC que el sainete bufo de Valencia ha sido -bueno, está siendo, porque tiene trazas de que el aparente telón final sea sólo el del intermedio- uno de los espectáculos más sorprendentes vistos en la reciente política española, donde hasta ahora el zapaterismo mantenía el privilegio de estropear con gran alharaca sus propios pasodobles.

Ese vodevil de ceses a medias, de pellizquillos de monja, de conatos de resistencia, de conspiraciones de perdedores redivivos y de golpes de autoridad tardíos se ha convertido en una trepidante distracción que ha embelesado a la opinión pública, fascinada con el destrozo perpetrado entre silabeos de Pijolandia que opacan la tarea de oposición a un Gobierno incapaz pero repentinamente aliviado ante la pulsión autodestructiva de un adversario que ha empezado a cobrarle ventaja.

Al menos Rajoy y Cospedal han reaccionado ante el enredo con el imprescindible puñetazo en la mesa que retrasaron en principio para darle a Camps la oportunidad de poner orden en su revuelto corral de gallitos sin media bofetada.

El presidente valenciano tiende a confundir liderazgo con compadreo y ha dado la impresión de sentirse intimidado por responsabilidades políticas graves que no quiere afrontar; le han temblado las piernas y ahora lo que le está temblando es la cabeza, porque Rajoy tarda en cabrearse pero cuando se cabrea las guarda y caza al acecho.

El líder del PP, al que acaso quepa reprocharle el dilatado plazo de espera, se siente decepcionado por gente a la que dio -y de la que recibió- respaldo con énfasis y que ahora le obliga a afrontar el coste de una crisis de corrupción cuyo alcance le andaban ocultando. Su decisión de hacer una siega está motivada por la convicción de hallarse ante conductas inaceptables, y lo que habrá que ver es hasta dónde llega en la limpia.

De momento, Camps está más que en entredicho. Discutido por los subordinados y desautorizado por los superiores, queda muy por debajo de las melifluas expectativas que se alimentaba a sí mismo.

Lo peor para el PP es que la traca ha coincidido con el respiro de Zapatero en su ansiado «momento Obama». La función tiene poca gracia porque su efecto puede resultar devastador para una alternativa que empieza a cuajar en los sondeos.
Con tragicomedias de este tenor el público primero se ríe y luego se enfada. Una cosa es la política-espectáculo y otra convertir la política en un circo. Alguien debería evitar que salgan a escena los payasos.

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