Han retirado la estatua de Isabel Pantoja del Museo de Cera. Eso es justicia rápida, oye, fulgurante, y no los casos y las cosas de los tribunales propiamente dichos, que se extienden como interminables culebrones en franca competencia desleal con las telenovelas. Hay jueces, y abogados, y protagonistas y actores secundarios de los mil y un sumarios que hielan simultáneamente el corazón de los españolitos, que parecen ya como de casa.
O sea, talmente como el incombustible Antonio Alcántara de «Cuéntame», el concejal de Juventud y Tiempo Libre de «La que se Avecina», personajes de esos que ya no sabes si eres tú el que los estás viendo en la pantalla o son ellos los que llevan años observándote desde la tele.
No, de verdad. Con esos índices de audiencia y esa escalada de popularidad, el personal es que va a acabar pidiéndole autógrafos por las calles a los Garzón, a los Pedraz, a los Castro, a los Gómez Bermudez, a los Ruz, a las Palacio, a tantas y tantos de sus Señorías con los que nos levantamos, comemos, cenamos y se vienen con nosotros a la cama, sin derecho a roce, naturalmente, en las habitaciones con vistas a la caja tonta.
¿Por exigencias de la Ley o del guión…?
Pasan los días, los meses, los años con los casos Gurtel, Campeón, ERES, Pokemon, ITVs, Bárcenas, Arena, Faisán, asuntos de esos que no se sabe muy bien cómo han empezado y no se tiene pajolera idea de cómo ni cuándo van a terminar, y ya no sabes distinguir entre la realidad y la ficción. Esas señoras y señores que se nos aparecen más sin toga que con ella, con honrosas excepciones, naturalmente, ¿son en realidad magistrados o personajes? ¿Se rigen conforme las exigencias de la ley o han empezado a actuar según respectivos guiones preestablecidos?
Por una parte yo qué sé y por otra qué quieres que te diga. A veces parece que el respetable público está impaciente esperando que se dicten de una puñetera vez sentencias. Pero, chico, otras, como ocurre con la series y los culebrones, no sabe uno si al personal le produce cierto morbo que se prolonguen los sumarios temporada tras temporada, como El Barco, los líos de Montepinar o las gracias y desgracias de los Alcántara.
Así va el cine, oye. Con razón los actores se pasan la vida poniendo el grito en el cielo. Los nuevos chicos de la película son yernísimos, exnovias de Puyol junior, extesoreros, exministros, expresidentes y presidentes de comunidades autónomas, unos cuantos jueces, algunos editores de periódico, tertulianos proselitistas al borde de ataques de nervios, una infanta que quizá sólo pasaba por allí, una escrachista a domicilio, un Fiscal General del Estado haciendo cameos, un horror de imputados haciendo bulto, un fichaje mediático como el defensor de Urdangarin (que debe tenerlo ya in mente Santiago Segura para su próximo Torrente) o ese invitado especial de última hora, Miguel Roca, que cruza sus calles de Barcelona como un Ecce Homo reprochándole a un Rey de los cielos lo que no pudo negarle a un Rey de la tierra: ¿por qué no has apartado de mí este cáliz…?
Una sentencia, una tonadillera y una copla
La Justicia espectáculo batió ayer índices de audiencia con la salida de una tonadillera de los tribunales. A veces las imágenes no valen mil palabras, sino talmente la letra de una copla. Una copla de esas que llegan al alma cañí y han dejado alucinados a tantos guiris que han solicitado una traducción simultánea. Hemos pasado de la española cuando besa es que besa de verdad, a los españoles cuando linchan es que linchan sin piedad. Hemos pasado de los nostálgicos «Suspiros de España», a los sórdidos y mezquinos «insultos de España». Hemos permitido un nuevo juicio popular y callejero por un delito ya juzgado y a una acusada ya convicta. Hemos demostrado, estamos demostrando, cada día, que tenía razón Ortega cuando confeso su poca fe en la raza humana en las páginas de la «Rebelión de las masas».
Los tribunales como espacios de interés turístico
Como no hay mal que por bien no venga, propongo que declaremos las sedes de los tribunales españoles espacios de interés turístico. Con sus gradas, sus chiringuitos y sus cosas a disposición de los turistas, ¡refrescos, patatillas, abanicos, oiga!, para que se dejen las divisas en las entradas de presuntos inocentes y en las salidas de convictos y confesos. Hay que reconocer que es un espectáculo, la verdad, aunque ustedes me permitirán que me reserve adjetivos calificativos.
No todo iban a ser recurrentes tablaos, procesiones, capirotes, sol y paella. De vez en cuando hay que ofrecer alternativas innovadoras a esos tipos altos y rubios de ahí arriba que nos cubren cada año el 10% del PIB. Servidor, porque no tiene una agencia, oye. Si no, estaría ya repartiendo folletos por todos los hoteles de la geografía española: ¡Viva usted una apasionante aventura en los juzgados! ¡Contemple a los españoles tal como somos! ¡No se pierda la oportunidad antropológica de fotografiar los instintos más primitivos de un pueblo con denominación de origen ibérico!
¡Corto y cierro, señores! Confieso que me han entrado de repente ganas de hacer una de estas dos cosas: ir al cuarto de baño o releerme la náusea de Sartre. Aunque, bien pensado, y en aras a la productividad, igual decido hacer ambas cosas al mismo tiempo.
Como esto siga así, se van a quedar vacíos los museos de cera.