Antorchas, ikurriñas y abrazos acogieron su llegada a Galdacano

La excarcelación del etarra infanticida reabre la herida del asesinato de un niño

Así premian los proetarras el regreso de uno de los suyos, que porta la muesca de un infanticidio en su siniestro curriculum

Su padre lo sacó del coche deshecho. Las crónicas de la época, autocensuradas, no se exceden en detalles morbosos sobre el atentado de aquel 7 de noviembre de 1991.

Como subraya M. Ortega en ‘ESD‘, es fácil imaginar cómo queda el ocupante de un coche cuando estalla debajo de su asiento una bomba lapa. Y más si ese ocupante contaba con dos años de edad.

Se llamaba Fabio Moreno Asla y ese día su padre, guardia civil, le llevaba junto a su hermano mellizo Alex en el Peugeot 505 familiar.

Como de costumbre, el progenitor había tomado las medidas de seguridad habituales, incluyendo el arrancar el coche antes de subir a los niños. Todo parecía normal hasta que de pronto se escuchó un golpe. Luego, la explosión.

La bomba no era casual. Y no lo era únicamente por la profesión del guardia civil Moreno. Los responsables de la colocación parecían querer hacer más daño en otros miembros de la familia.

El miembro de la Benemérita acostumbraba a utilizar el transporte público y el coche tan sólo se empleaba para labores familiares. El artefacto explosivo fue colocado en el asiento trasero, un lugar que, en un vehículo familiar, no es el más común para un adulto.

La explosión mató en el acto a Fabio y causó heridas a su padre, que aún tuvo fuerzas para sacar del coche a sus hijos, y a su hermano mellizo, que perdió el habla durante varios meses.

El crimen fue tan abyecto que la propia ETA emitió un comunicado sintiendo la muerte, aunque, fiel a su estilo, la comparó con la de Xabier Goitia, que saltó por los aires el 25 de octubre de ese año cuando manipulaba un artefacto explosivo.

Sólo la banda terrorista era capaz de comparar a un niño de dos años con un asesino muerto cuando preparaba una de sus bombas.

Aplausos para el infanticida

Aquella bomba fue colocada por Juan Carlos Iglesias Chouza, Gadafi, y Francisco Javier Martínez Izaguirre, Javi de Usansolo.

Sólo por ese crimen, este último fue condenado a ochenta y cinco años de cárcel, dejando al margen otros seis atentados con resultado de muerte, seis asesinatos frustrados, delitos de depósito de armas, tenencia de explosivos, etc.

El sangriento expediente de Martínez Izaguirre, fraguado en el Comando Vizcaya y comenzado como vulgar chivato en labores de seguimiento de objetivos, le condenaba a una larga pena de cárcel. No ha sido así.

Desde el 26 de noviembre, y en virtud de la doctrina Estrasburgo, el etarra se encuentra en la calle tras dejar por la tarde el centro penitenciario Jaén II.

Pero lo más repugnante del caso, con todas las trazas que contiene, es que fuera recibido de madrugada en Galdacano por un centenar de individuos que, entre cohetes, antorchas e ikurriñas, abrazaron y aplaudieron al asesino de un niño de dos años, siquiera fue por un mínimo de pudor hacia su propia causa.

Todo un ejemplo de heroico gudari vasco el del tal Martínez.

 

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