Hay dos problemas cotidianos que afectan a casi todas las grandes ciudades españolas, aunque con distinta intensidad: los atascos diarios y los aparcacoches, es decir, los conocidos como gorrillas.
En otras palabras: los vigilantes espontáneos que cobran un peaje por el ‘ayudarte’ a buscar hueco o simplemente para que no le pasa nada a tu vehículo si lo dejas allí.
Lo de ‘gorrilla’ tiene su guasa. Hace bastantes años, cuando se puso de moda este modo de buscarse la vida, los que se dedicaban a ello sobre todo en el sur y las localidades turísticas iban ataviados con una gorra que a parte de proteger del sol y recoger la propina.
Dar una moneda a los gorrillas se ha convertido en una obligación en muchos sitios, si el usuario del coche no quiere arriesgarse a que le insulten o a encontrar algún arañazo o desperfecto en su vehículo cuando regrese a buscarlo.
Los mal llamados aparcacoches, pues lo único que hacen es indicar con una mano si hay hueco y poner la otra para recoger el ya conocido como ‘impuesto revolucionario’, se prodigan
El protagonista de esta historia no llevaba gorra, sino gafas de sol, una especie de gorro y una enorme mascarilla que no deja ver su rostro.
Ignoramos todavía su nombre, pero si que es marroquí, que no tiene papeles y que el pasado 7 de diciembre de 2020, destrozo el vehículo de una mujer española, que se negó a pagarle el ‘impuesto revolucionario’ en Aguadulce, localidad costera española del municipio de Roquetas de Mar, provincia de Almería.
El miércoles, dos días después, el agresivo indocumentado fue detenido, y el jueves ya estaba en libertad.