MADRID, 1 Jul. (OTR/PRESS) –
Goles patrióticos contra ruido de cacerolas. El de Zarra (1950) y el de Marcelino (1964) camuflaron la España franquista. El de Fernando Torres del domingo pasado aparca, aunque sólo sea un ratito, la España de vacas flacas en la que ya hemos entrado de hoz y coz. Que nos quiten lo bailado.
La victoria sobre Alemania en la final de la Eurocopa devuelve a futboleros y no futboleros la ilusión tantas veces machacada. Millones de españoles enganchados al televisor para comprobar cómo el fútbol español desmentía nuestra proverbial incapacidad para competir.
Una asignatura pendiente de nuestro sistema productivo y, hasta ahora, también de nuestro fútbol de selección a escala internacional.
Pasión, arte, habilidad, astucia, esfuerzo, diversión, técnica, táctica, técnica, espectáculo. Todo eso.
Y también los efectos colaterales de mayor alcance -o distinto-, como los de carácter político. El fútbol, como trasunto del viejo pan y circo. El maravilloso gol de Fernando Torres a Alemania vale por diez recetas de Zapatero para sacarnos del bache.
Y además desmiente de forma clamorosa a los dos líderes nacionalistas, Urkullu y Puigcercós, que mostraron públicamente su esperanza de que la Eurocopa la ganase cualquiera menos España. Como líderes, un desastre. Con su estúpido gesto batieron todas las marcas en el ranking de la torpeza política.
El fútbol, también como elemento de cohesión. Zapatero y Rajoy pueden disputar sobre el modelo educativo, la crisis de las hipotecas o la política de igualdad, pero en lo tocante a la selección española de fútbol sólo discrepan en el número de goles que marcan su diferencia sobre el adversario que le toca en suerte.
Así lo han venido acreditando en las «porras» para las que han sido requeridos antes de cada uno de los seis partidos que España ha disputado en la Eurocopa.
Tampoco andamos sobrados de asuntos en los que la pelea esté de más. Goles patrióticos, todo el país de fiesta por el triunfo de España y sonado recibimiento a los jugadores en Barajas.
Subidón en la autoestima de seguidores y no seguidores de este deporte. Anhelos compartidos y españolismo en vena. Los viejos demonios del fútbol nacional escaparon con el rabo entre las piernas en la final contra Alemania.
Esta vez el talento hizo innecesaria la épica para hacernos perdonar nuestra socorrida insolvencia cuando se trataba de superar los cuartos de final en este tipo de competiciones por países. El arte se impuso en esta ocasión al juego mostrenco pero demoledor juego de los alemanes. Ya tocaba.
Antonio Casado.