MADRID, 8 (OTR/PRESS)
El mundo de la política se recrea en las paradojas. La última ha cristalizado en Japón donde culmina su reunión el G-8 con una declaración de intenciones encomiable: reducir a la mitad las emisiones de los gases que provocan el llamado «efecto invernadero».
Así lo proclaman los mandatarios de los países más industrializados del mundo. Es decir: los países que más contaminan. La zorra preocupada por la salud de las gallinas.
Lo han dicho ,lo han firmado y se han quedado tan anchos señalando hacia la India y China, los nuevos Gargantua y Pantagruel del crecimiento industrial desordenado.
Para Angela Merkel, canciller de un país como Alemania en el que los «verdes» tienen mucho peso social y político, y también para Nicolás Sarkozy, presidente de la Francia, en la que los ecologistas (con Bové, a la cabeza) tienen entrada libre en la televisión, los problemas medioambientales forman parte de su agenda política.
Para el resto de los mandatarios del G-8 -incluido Berlusconi, que gasta bromas a propósito del cambio climático- las cuestiones medioambientales son coyunturales y no pocas veces absolutamente hipócritas.
Como sucede cuando los países industrializados compran a países subdesarrollados de Africa parte de su cuota de emisiones de CO2 para que la industria local siga contaminando tranquilamente.
El G-8 ha dicho lo que piensa sobre el cambio climático: algo debe cambiar para que todo siga igual. Pues eso.
Fermín Bocos.