Rafael Torres – La tribu enferma


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

El hecho de que España sea el país desarrollado con mayor «consumo» de prostitución significa, de entrada, una cosa: que España no es un país desarrollado.

Que también sea el país con mayor «consumo» de cocaína o de ruido no haría, por lo demás, sino refrendar esa afirmación, a menos que para establecer el desarrollo de un país no compute la capacidad de sus habitantes para organizar su esparcimiento y hallar placer sin necesidad de violentar la dignidad del prójimo o la de uno mismo, bien que esto último, en el caso de que ese uno mismo que brutaliza mujeres en apuros, se raya el cerebro o impide el descanso de los niños, los ancianos, los enfermos y los trabajadores, conserve algún adarme de dignidad, que yo creo, francamente, que no.

Según la estadística, que bien pudiera quedarse corta, uno de cada cuatro varones españoles contribuye a consolidar el siniestro mundo de la prostitución, con sus anexos de palizas, violaciones, secuestros, extorsiones, esclavitud, explotación, enfermedad, trata y desamparo, mediante las modalidades de acabar en un «club» de carretera al cierre de las discotecas, de desparramarse en las elegantes y sofisticadas despedidas de soltero con muñecas humanas incluidas o de aprovechar la hora del almuerzo para, sin levantar sospechas, visitar el burdel donde se hacinan las parias que para la sociedad no cuentan sino como muñecas sexuales precisamente. Uno de cada cuatro. Incluidos los adolescentes y jóvenes ociosos que, con tal de no currar, no se proponen siquiera el esfuerzo de intentar una relación simétrica, de igual a igual.

Pero ofreciendo esta realidad (tan similar a la de los casposos tiempos en que los padres llevaban a los hijos a la casa de lenocinio para consumar allí, entre purgaciones y jergones infectos, su iniciación sexual) un panorama nauseabundo, más lo ofrece desde que por la crisis económica está aumentando vertiginosamente el número de prostitutas y, en consecuencia, desplomándose los precios y las tarifas, que hasta se da el caso de hampones que ofrecen la carne humana que transportan en furgonetas por la calderilla que los transeúntes con los que se cruzan lleven en ese momento en el bolsillo.

Tal realidad, y su actual desquiciamiento, no hablan de un país desarrollado, sino más bien de una tribu enferma.

Rafael Torres.

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