Rosa Villacastín – El abanico – El nuevo estilo de la Princesa de Asturias


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

Algo ha debido pasar, alguien muy convincente o de mucho predicamento le ha debido decir a la Princesa de Asturias que necesitaba un baño de renovación, de estilo, de modernidad, que siendo joven y guapa como es, no tenía por qué aparecer en los actos oficiales o privados tan correctamente vestida pero tan falta de «glamour», de «grassssia».

Nada que ver con la imagen de aquella chica que un día nos cautivó cuando de la mano del Príncipe Felipe se dirigió al respetable para decirles que si estaba ahí, a la puerta del Palacio de la Zarzuela, era porque amaba al hombre que estaba a su lado y porque después de mucho pensárselo estaba dispuesta a sacrificarse por la Institución de la que iba a formar parte.

Lo dijo de carrerilla, sin un punto y aparte, comiéndose la cámara, con los ojos llenos de vida y de ilusión, consciente de que el destino le había puesto en un lugar privilegiado. Un lugar que tendría que ganarse con esfuerzo y trabajo, cosa que estaba dispuesta a hacer porque es lo que había hecho hasta ese momento de su vida, trabajar y trabajar.

Pero al día siguiente apenas unos cuantos escribimos de ella en términos amables, señalando que una corriente de aire fresco se había colado en la vetusta institución, la mayoría le dio candela por hacerle callar al Príncipe, su prometido. Nadie dijo que si lo hizo fue porque era el momento en que estaba elogiando a la Reina Sofía.

Desde entonces le han pasado muchas cosas importantes que le han curtido el alma: De ella dijeron que si se había sometido a este o aquel tratamiento de fertilidad, que si el parto había sido así o asao, que si la Infanta Leonor -tan bonita y tan graciosa- era sorda…

Un sinfín de disparates, algunos de los cuales se permitió corregir sobre la marcha, enmendándole la plana a algún resabidillo periodista, que nunca le perdonó tal «imprudencia».

Lo peor estaba por llegar, la muerte de su hermana Erika, fue el único momento en que nos compadecimos de ella porque percibimos su debilidad y su fuerza, pero para entonces ya había desaparecido el brillo de su mirada, la sonrisa de su rostro, y toda su seguridad de «chica con suerte».

Por eso al verla aparecer la otra tarde en Palma, con un traje negro, corto, tacones altísimos, la melena al viento, y la sonrisa ancha y generosa, sentí que por fin la Princesa había encontrado su sitio y su lugar, de ahí la necesidad de presentarse con un renovado nuevo estilo. Un estilo que le favorece, que le da seguridad, porque las mujeres para sentirnos bien con una prenda y con nosotras mismas necesitamos que esta se ajuste a nuestro cuerpo como una segunda piel.

Rosa Villacastín.

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