Pedro Calvo Hernando – A Pekín sin hipocresia


MADRID, 8 (OTR/PRESS)

La grandeza de unos Juegos Olímpicos y el maravilloso espectáculo de su ceremonia de inauguración son hechos que se sobreponen a todas las polémicas y a cualquier consideración de tipo político.

Cuando el Comité Olímpico decidió que los Juegos del 2008 iban a celebrase en Pekín, todo el mundo sabía que el chino es un régimen dictatorial que viola los más elementales derechos humanos, fuera de las precisiones en torno a si los violaba más o igual antes que en los tiempos que precedieron a la designación.

En todo caso, habría que evitar la suprema hipocresía de exigir a China lo que no se exige a los demás, incluso a sí mismos, en el caso de algunos de los reclamantes, como George Bush; que es quien tiene Guantánamos, penas de muerte, invasiones y guerras de cientos de miles de muertos; cosas que Hu Jintao no tiene, aunque tenga Tibet, dictadura y censura.

Mejor para algunos sería callarse, cuando hay tantas razones para ello y para abandonar la hipocresía como fundamento de una política. Vamos a ver si ponemos las cosas en su sitio.

Por supuesto que el régimen chino merece todos los reproches que se le dirigen, y con más razón aun si provienen de Gobiernos escrupulosamente respetuosos con la democracia y los derechos humanos y de las organizaciones específicas que se ocupan de velar por esos incomparables bienes de la Humanidad.

Pero la Olimpíada de Pekín merece ser contemplada como el gran acontecimiento que es, incluso como una oportunidad para que influya de alguna manera en los cambios de todo tipo que aquel gran país necesita.

El deporte mundial, el esfuerzo de los atletas, la más sana competitividad -mucho más que la otra- figuran entre las grandes razones para que todos saludemos con alborozo y quién sabe si con esperanza la inauguración y el desarrollo de los 29º Juegos Olímpicos de Pekín. La esperanza de la Humanidad hay que situarla también en este tipo de acontecimientos, sobre todo si se tiene en cuanta que los sucesos políticos y diplomáticos no engendran precisamente consecuencias siempre positivas para el género humano.

Pedro Calvo Hernando.

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