Rosa Villacastín – El abanico – Los cazadores, cazados


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Cuando Antonio Montero -conocido tertuliano de «¿Dónde estás corazón?»-, salió de la Bahia de Palma en busca del «Fortuna», sabía que el reportaje que buscaba era sumamente dificil de conseguir, además de peligroso en caso de que fuera descubierto por los servicios de seguridad que protegen a la Familia Real por tierra, mar y aire.

Aún así lo intentó, porque el dinero en juego es demasiado goloso como para dejar pasar la oportunidad de fotografíar a la Princesa de Asturias en bikini.

Una foto que en el mercado mediático cotiza al alza y que el pasado verano no pudieron hacerle porque no se puso a tiro de cámara, pero no porque no lo intentasen los profesionales de la imagen llegados a Mallorca desde distintos lugares del territorio nacional.

El desenlace de esta historia es de sobra conocido: Antonio fue descubierto por los servicios de seguridad cuando se encontraba cerca del barco, o tan cerca que podría haber fotografiado los pelos del bigote de una mosca que se encontrase revoloteando sobre las testas reales.

Una vez descubierto, el conocido paparazzi fue devuelto a tierra para su identificación y puesto en libertad porque en la maleta que portaba no encontraron ningún material que pudiera considerarse atentatorio contra la intimidad de la familia de Don Juan Carlos. Un incidente que vuelve a poner de actualidad el límite entre lo privado y lo público, y que yo me atrevería a situar en la actitud que tengan tanto los perseguidos como los perseguidores.

Porque no es igual avasallar micrófono en ristre a un famoso cuando sale del aeropuerto, que hacerle fotos desde la distancia. No es lo mismo, porque mientras el primero busca la reacción airada, el paparazzi busca esa foto que sólo se puede conseguir cuando el objeto de deseo se siente totalmente libre.

Decía el catedrático Javier Tussell, ya fallecido, que el mayor peligro al que debían enfrentarse las monarquías en el futuro, ya presente, sería al interés desmedido de los medios de comunicación no sólo por su papel institucional sino por el morbo que despiertan las nuevas generaciones de príncipes y princesas, exponentes todos ellos de un estilo de vida con el que sueñan millones de jóvenes y no tan jóvenes.

De ahí que, aunque la profesión de paparazzi ha descendido en su cotización en la bolsa del corazón, lo cierto es que las mejores imágenes de famosos las hicieron aquellos que no tuvieron inconveniente en jugarse el bigote con tal de sacar al mismísimo Rey Juan Carlos, cuando se encontraba en cueros, tomando el sol en su barco.

Un trabajo arriesgado y cuestionado, pero gracias al cual otros muchos estivimos comentando o escribiendo durante semanas, de manera que mientras el mercado no cambie, mientras existan empresarios dispuestos a pagar millonadas por esas imágenes, habrá paparazzis que se la jueguen, y personajes que se defiendan con uñas y dientes de lo que consideran una intromisión en su vida privada y en su intimidad.

Rosa Villacastín.

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