Agustín Jiménez – Lo de Pekín.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Apenas estallaron los mejores Juegos Olímpicos de la historia, los artilleros de Rusia y Georgia empezaron a dispararse. Putin, que seguramente no es una buena persona, resistió cinco días la presión de Bush (Irak, Abu Ghaib…) y a Francia (Ruanda). Una Rusia «sin complejos» – la expresión que tambien usa la derecha española – ve detrás la mano occidental. Los georgianos son salvajes y el ejército americano los apoya – recoge la prensa de los invasores.

Según Occidente, una nueva guerra fría se calienta con el petróleo y el gas de la zona, más interesantes que el circo chino. Preocupados por los derechos humanos, Sarkozy y el ministro de todos Kouchner (Francia: Ruanda) encontraron en un vuelo a Moscú el pretexto para no recibir al Dalai Lama, tibetano él, de visita en Francia.

Organizar los Juegos en Sujumi o en Nuachkott (Mauritania, allí también hay lío) a cuenta de las superpotencias hubiera ido una estupenda contribución a los derechos humanos. Pero los Juegos no son para eso. Los Juegos fomentan la construcción y las proezas de los arquitectos (esa plaga), justifican los viajes de los comités olímpicos, ilusionan a los deportistas y su patriótica afición, animan la investigación en nuevas drogas que parecen vitaminas, publicitan un nuevo parque temático – en este caso China – y muestran la capacidad de entusiasmo de los innumerables presentadores y comentaristas de TVE, aunque estos se entusiasman hasta entrevistando a un corredor de motos.

Se nos había olvidado que aquello sí es una gran civilización. No todos tienen tiempo de leer a Needham, y los nativos nos la explicaron con armonía, caligrafía, mucha informática, mucho láser, que es el nuevo plexiglás de la cursilería, y precisión militar. La mezcla de despliegue militar, medios audiovisuales y energía de pavo real provoca estos festivales.

Como las sorpresas del roscón de Reyes, lo más bonito de una ceremonia olímpica es la manera de encender el pebetero. En un sacramento o una proclamación se repite siempre la misma fórmula. La novelería audiovisual apuesta por los efectos especiales. En Pekín los sirvió un atleta simio en presencia de Bush (negociaba sus créditos), Sarkozy (vendía centrales nucleares), Putin (telefoneaba a sus tanques). Una voz de TVE se extasiaba: «Impresionante». Su compañero aun decía más: «Espectacular». Agustín Jiménez.

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