Rosa Villacastín – El Abanico – Dolce far niente


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Hay cosas que no cambian de un agosto a otro. Por ejemplo, las cenas -entre amigos o entre empresarios que buscan sacar una buena tajada mientras se meten entre pecho y espalda la mejor de las lubinas; los cafetitos con churros, mientras lees los periódicos del día -tan delgados que parecen un espeto a punto de pasar por la parrilla; ir de compras por el solo placer de ver la moda que se pondrán los ricos en invierno y que la mayoría podremos adquirir en Zara o en Mango a precios mucho más asequibles.

De entre todas las cosas que se pueden hacer en verano, yo me inclino por perder el tiempo, que es según mi última encuesta a pie de mesa de chiringuito, uno de los grandes placeres en época vacacional. Seamos francos, ¿a quién le gusta hacer la maratón de San Francisco, sudar la camiseta o recorrer la ruta del colesterol, cuando aprieta la «caló»? A nadie que yo conozca al menos. Se hace porque está de moda, porque es bueno para la salud….

Que me perdonen los médicos, pero lo bueno es hacer todo aquello que te ayude a poner el cuentakilómetros a cero, porque es la única manera de llegar a septiembre con la mente despejada y el cuerpo con algún michelin de más pero ligero como una pluma. Como dicen los italianos, el placer de no hacer nada.

¡Qué mayor placer que reunirse a cenar con un grupo de amigos por el puro deleite de charlar, discrepar, comer y beber! Esto último sólo lo recomiendo si alguien del grupo es abstemio porque, de lo contrario, mejor los refrescos o el agua mineral, que empiezan a cotizarse como los mejores vinos.

Aquí en Marbella todo lo importante se cuece entre manteles. Prueba de ello es que cada verano hay menos fiestas y las que hay son benéficas, porque de algo tendrán que vivir los más damnificados. Entre los manteles de moda, están el restaurante de Dani García -que frecuentan Juan Abelló, Pepe Barroso, Ana Rosa Quintana y Juan, su marido, y un larguisimo etcétera de saudíes a los que no pongo nombre porque con facilidad confundo al secretario del Príncipe con el Príncipe Salman- y «El Ancla», donde es dificil reservar mesa porque siempre está lleno. Es el sitio ideal en noches de luna llena, y a donde acude gente conocida y otra que no lo es tanto pero que presumen de tener el paladar fino…

El otro día, tras ver el fiasco de José Tomás en Puerto de Santa María, un grupo de amigos entre los que se hallaban Ramón Calderón y Pedro Trapote, presidente y vicepresidente del Real Madrid, tuvieron que acudir a la agenda de una conocida periodista para tener mesa en El Ancla de los Mcintosh.

Un lugar donde la gente no suele hablar de política ni de macroeconomía, sino de los problemas cotidianos: los hijos que se casan, las hijas que se embarazan, el pequeño que llega cuando el resto de la familia están desayunando. Tambien despierta mucho mucho interés en el patio mediático el tal Judah Binstock, millonario judio, al que le adjudican todo tipo de maldades urbanisticas, y que es una especie de Guadiana, que aparece cuando las aguas judiciales estan calmadas y desaparece cuando el juez del Caso Malaya llama a declarar a sus amigos, no a los del juez, sino a los Binstock. Y es que en Marbella, como en tantos otros lugares de la costa, el que no corre, vuela.

Rosa Villacastín

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