MADRID, 17 (OTR/PRESS)
El mallorquín Rafa Nadal ha querido adornarse con una medalla de oro para comenzar su reinado en el tenis mundial. Es uno de los grandes símbolos del deporte internacional de elite, capaz por sí solo de proyectar una imagen de grandeza de España a escala planetaria.
Pero su primera medalla olímpica al conseguir el oro frente al chileno Fernando González no puede esconder una realidad más doméstica: cruzado el ecuador de los Juegos Olímpicos de Pekín, los números de España invitan a la cautela; máxime cuando se ve la alargada lista de países que presentan mejores balances en el medallero.
Los éxitos de deportistas como Nadal y también el de la selección de fútbol, al proclamarse este verano campeona de Europa, impregnaron de optimismo a las autoridades deportivas españolas. Sin embargo, China está devolviendo al país a su realidad deportiva en diversidad de pruebas donde los competidores españoles apenas tienen opciones, quizá por falta de tradición y también de las estructuras adecuadas. Lo que está en cuestión, por tanto, no es el nivel del deporte de elite, sino del de base, lo cual nos devuelve este ya viejo debate al mundo de la escuela.
De aquí a que terminen los Juegos llegarán de todos modos buenos resultados en deportes donde España tiene todas las de ganar, por lo que el raquítico medallero irá subiendo, no como la espuma, pero sí lo suficiente para poder sacar un poco de pecho y buscar el contraste con las 22 medallas de España en la ya mítica Barcelona-92. Pero esta reflexión debe ir mucho más allá, ya que ahora que Madrid está realizando un gran esfuerzo para recoger el testigo de Barcelona, puede ser un buen momento para redefinir una operación de Estado que le permita a España ocupar el puesto que al menos le corresponde por ser una de las diez primeras potencias económicas del mundo. A estas alturas, incluso anotando la valiosa medalla de Nadal, España está en el puesto 13, por detrás de países como Ucrania o Rumanía.
José Luis Gómez.
