MADRID, 21 (OTR/PRESS)
El vuelo JK 5022, que tenía que salir de Madrid con destino a Las Palmas tenía overbooking. Algunos pasajeros con plaza en ese avión se tuvieron que quedar en tierra. No sé si les ha ocurrido a ustedes. Se trata de una práctica permitida tanto en los viajes como en la hostelería, que juega con la probabilidad de la estadística.
Se sospecha que no todos los clientes que tienen reservada habitación en un hotel acudirán a él, y se supone que no todos los que han reservado plaza en el avión lo tomarán. Alguno de ellos amanecerá enfermo, o se pondrá enfermo un familiar, o perderá el enlace de un vuelo, o le surgirá un compromiso profesional o, simplemente, se quedará dormido.
Cuando llegas a embarcar y te dicen la palabra terrible: «overbooking», se te pone cara de tonto, al principio, hasta que vas evolucionando hacia la indignación. Indignación cuando eres consciente de haber sufrido una estafa y de que, de todos los aspirantes a entrar en ese avión, te ha correspondido pertenecer al pelotón de los gilipollas.
Ignoro cómo reaccionaron los pasajeros del JK 5022, cuando les comunicaron, al acercarse a efectuar los trámites de embarque, que el avión ya estaba completo. Lo ignoro, pero me lo imagino, porque lo he presenciado en más de una ocasión. Se recurre a todo lo imaginable: sonrisas, intentos de soborno, llamadas a amigos que pueden influir, protestas, amenazas… Pocas personas se resignan a esta especie de estafa legal. Y no tuvo que ser de otra manera en el vuelo JK5022.
Una hora después, también me imagino su tribulación, su desconcierto, su perturbada percepción de la realidad, al tener constancia de que habían intentado tomar un coche fúnebre en marcha. Decía Amiel que «el destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina: rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos y cumplirlos plenamente». Pero también nos puede salvar la vida.
Luis Del Val.
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