MADRID, 21 (OTR/PRESS)
De repente, un avión cargado de pasajeros y de combustible se estrella contra el suelo al despegar en Barajas y mueren más de 150 personas abrasadas. Todos los proyectos de escribir una columna entretenida y veraniega se esfuman, porque ya no es posible pensar en otra cosa que en esta catástrofe.
Así es como funciona el mecanismo de los medios de comunicación: para que un desastre que provoca cientos de muertes acapare las portadas de los periódicos hace falta que sea repentino, espectacular y, a ser posible, con imágenes en directo (que en esta ocasión no hay, porque un juez prohibió difundir las que tomaron algunos empleados del SAMUR madrileño).
Pero si el desastre que se lleva por delante cientos de vidas humanas no es repentino ni espectacular, y además no hay imágenes, entonces el columnista ya puede escribir tranquilamente su columna veraniega y entretenida. Así funcionan los medios, porque así funcionamos los humanos: ojos que no ven, corazón que no siente, dice la sabiduría popular. Los desastres existen, están ahí, pero no cumplen los requisitos circunstanciales para conmover a la opinión pública.
En España mueren cada día violentamente, descuartizados o envenenados a manos de carniceros que se llaman a sí mismos médicos, más de 280 bebés a los que se niega el derecho a nacer. Son los abortos quirúrgicos. Si contamos los no quirúrgicos (embriones sacrificados en laboratorios, embriones liquidados con píldoras o dispositivos intrauterinos…), la cifra crece exponencialmente. Pero como eso no es repentino ni espectacular, y además no se ve, el corazón no siente nada, aunque la catástrofe se reproduzca cada veinticuatro horas.
Ramón Pi.