Carlos Carnicero – El gusto por la sospecha.


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Las tragedias tienen protocolos y liturgias establecidos por la simple reiteración de los hechos y la naturaleza humana que tiende a conductas previsibles. Los accidentes aéreos no son una excepción: se repiten con una cadencia estadística y promueven las mismas escenas de dolor y de desconcierto. Luego, la investigación de laboratorio sigilosa para averiguar lo ocurrido y prevenir otros sucesos análogos. Siempre ocurre lo mismo.

En España se le ha cogido un gusto extraordinario a la sospecha de considerar que las autoridades no harán bien su trabajo, a la que se responde con otra liturgia agotadora que asegura que «se llegará a las últimas consecuencias», lo que apuntala la sospecha sobre inercias que tratarían de impedirla.

Hasta ahora no hay más que especulaciones sobre el accidente aéreo de Barajas. Indicios de que pudo fallar un motor y la constancia de una avería previa que no se puede asegurar que tuviera relación con el accidente. Lo aconsejable sería que todo el mundo dejará actuar a los expertos y que se aguardara el dictamen de la comisión técnica de investigación que tiene unos protocolos universalmente aceptados. Pero las hogueras que encienden algunos medios de comunicación necesitan combustible para alimentar las bajas pasiones de que algo se tratará de ocultar. En medio del dolor y del desconcierto no es difícil sembrar las dudas sobre lo que todavía no tiene explicación. Ya se han disparado las especulaciones y las voces que piden revisar lo que todavía no se ha empezado a hacer. En pocos días se formularán teorías conspiratorias contra la compañía y aparecerán trabajos de investigación que pretenderán aflorar intereses ocultos y maniobras subversivas.

En España nadie se conforma con la estadística que promueve que el medio más seguro de viajar tiene un impuesto de muerte que se repite en los aeropuertos de todo el mundo estableciendo una macabra lotería en la que participa todo el que se sube a un avión.

Un accidente aéreo está promovido por la existencia de uno o varios fallos encadenados de naturaleza humana o técnica. No significa que sean necesariamente dolosos porque no hay ninguna circunstancia que pueda ser prevista en todos sus extremos. Ahora, los mismos que jugaron con la teoría de la conspiración del 11.M preparan sus ventiladores de carroña para desestabilizar a las instituciones en su trabajo. En España se le ha cogido demasiado gusto a la sospecha que conducirá a que nadie se fíe de nadie.

Carlos Carnicero.

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