MADRID, 4 (OTR/PRESS)
El pasado miércoles, el ministro de Trabajo trajo la noticia del día: en el 2009 se va a reducir prácticamente a cero la contratación en origen de inmigrantes. No puede ser, dice el ministro, que con más de dos millones de parados, traigamos de fuera a más de 80.000 personas.
Ante este anuncio muchos se han escandalizado y otros, por el contrario, creen que es la línea correcta. Personalmente ni me escandalizo ni creo que sea lo mejor que se puede hacer.
Hasta el momento el discurso oficial ha sido el discurso de la solidaridad, de la clara injusticia que asola a muchos seres humanos, del impulso que supone la pobreza para probar suerte en otras latitudes. Es este un discurso bello de difícil rechazo . Es un discurso real pero alejado de todo realismo.
El discurso sobre la inmigración por bello que sea esconde, sin duda, un discurso economicista. Los otros vienes porque les necesitamos y además pagan sus impuestos y cotizan. Los inmigrantes han llegado a España no porque seamos un país beatifico.
Lo han hecho porque España ha tenido años de autentico poderío económico y los españoles nos hicimos selectivos en esto del empleo.
Llegó un momento en que no quisimos determinados trabajos y tuvieron que venir los otros para recoger la fresa, cuidar a nuestros niños y a nuestros mayores, para limpiar las calles…
No hay que escandalizarse porque el fenómeno de la inmigración va directamente ligado a la situación económica, aunque el discurso del Gobierno y sobre todo de su Presidente haya sido un discurso que apelando a los buenos sentimientos, a la solidaridad y a la justicia ha logrado que se interiorice el asunto de la inmigración como algo ajeno a la realidad, como una realidad en si misma, que lo es, a la que tenemos la obligación de dar respuesta satisfactoria se pueda o no se pueda.
Ojalá nuestro país fuera un país de goma en el que cupieran todos y todos, incluidos los otros, encontraran las condiciones de dignidad y atención deseable para cualquier ser humano.
Conscientes de que esto no ha sido ni nunca será así, lo políticamente correcto era callar porque cualquier matizacion, cualquier invitacion a la reflexión era rozar la xenofobia. ¿Alguien se imagina que hubiera ocurrido su la propuesta de Corbacho hubiera partido del PP?.
No hay que escandalizarse pero la medida es de dudoso realismo. ¿Será que hay españoles dispuestos a trabajar cuatro meses en los invernaderos de Huelva o Murcia?. ¿Será que esos 80.000 huecos están aguardando a los parados provenientes de la construcción?.
Tengo para mi que peor, mucho peor se tienen que poner las cosas para españoles acudan a los puestos de trabajo ocupados hasta ahora por inmigrantes contratados en origen.
¿No será mejor redoblar esfuerzos para vigilar las fronteras de Barajas y La Junquera y dejar quieto lo que ha funcionado?. Es posible que no haya que contratar a 80.000 pero ¿cuál es el efecto beneficio de anunciar que esa contratación se va a reducir a cero?.
El problema no son los contratados en origen sino los que se cuelan en avión o en autobús, además claro está de las mafias que operan en el norte de Africa que todos los dias lanzan a la muerte a docenas de hombres y mujeres.
El ministro Corbacho es un hombre serio que conoce muy de cerca el fenómeno de la inmigración. Su discurso nunca ha sido el bello discurso de Zapatero, discurso que por otra parte es muy difícil no compartir pero cuya aplicación al final está sometida a la cruda realidad.
Y es que ahora la realidad es cruda, tan cruda que obliga a un giro de 180 grados en ese discurso en el que nuestro Presidente siempre se ha sentido a gusto.
Y ahora nuestro Presidente tiene que buscar un nuevo discurso, un nuevo espacio en el que se reconozca a si mismo y lo suyo nunca han sido las medidas drásticas. Esas las aplican o las avanzan otros. En este caso el ministro Corbacho.
Charo Zarzalejos
