MADRID, 8 (OTR/PRESS)
¿Hay paro en España? Sin la menor duda, lo hay. ¿Está creciendo? Las cifras del INEM lo atestiguan de forma irrefutable. A la vista de estos datos, don Celestino Corbacho, que además de ser ministro de Trabajo lo es también de Inmigración, llegó a una conclusión que le pareció lógica: se irá reduciendo la llegada de inmigrantes con contrato en origen, hasta que un día ya no venga nadie más.
Con lo que no contaba el señor Corbacho, que está lleno de buenas intenciones pero más bien vacío de conocimiento de la realidad, era con que los parados españoles no quieren aceptar los trabajos que desempeñan los inmigrantes, sea en la agricultura o en el sector servicios, fundamentalmente la hostelería y el servicio doméstico; y en este último, de manera muy particular en la atención a personas dependientes.
El ministro de Trabajo e Inmigración ha recibido un doble chute de realidad. Por una parte, ha de aceptar que el paro es perfectamente compatible con una abundante oferta de empleo que no se cubre; por otra, se acaba de enterar de que ser alcalde de L»Hospitalet de Llobregat no es lo mismo que ser ministro con doña María Teresa de vicepresidente del Gobierno, que lo desautorizó en seco en la primera oportunidad que tuvo con micrófonos delante, y afirmó que las cosas en materia de inmigración con contrato en origen seguirán como siempre.
Pero además de estas saludables enseñanzas, el señor Corbacho habrá aprendido que los parados españoles prefieren seguir en el paro (eso sí, cobrando) antes que desplazarse a trabajar en otra ciudad, o que emplearse en la recogida de la fresa o la aceituna, o que atender a viejecitos que no pueden valerse por sí mismos. Es lo que pasa con los parados que siguen creyendo que España es un país rico, y que el dinero llueve del cielo, como el maná.
Ramón Pi
