Andrés Aberasturi – Si alguien cobra, alguien paga


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

No es fácil ser espectador de televisión. Se van sucediendo los programas y uno se pregunta por qué, para qué, hasta dónde. Cierto que existen concursos más o menos divertidos, series mejor o peor hechas pero dignas y hasta algunos informativos que no «abren» necesariamente con un suceso.

Me refiero a magazines de producción nacional y ahí, de forma inevitable, te topas con toda clase disparates de muy difícil digestión.

Por lo visto hay gente que considera que un programa de televisión de gran audiencia es el lugar idóneo, el mejor sitio para comunicar a su señora esposa con la que lleva casado no sé cuántos años -y de paso al resto del país- que es gay y tiene un amante que estudia formación profesional de segundo grado. Un suponer, claro. En general en ese programa se llora mucho y se dan muchas voces, lo cual parece que anima y sube la audiencia.

En otro se premia -con dinero- la sinceridad: si quieres ganar poco no debes mentir sobre tu equipo preferido, pero si quieres ganara mucho conviene que confieses que tienes un hijo ilegitimo o que no niegues -porque el polígrafo te elimina- que te acuestas con el mejor amigo de tu marido. ¿Serán los componentes de es fauna impúdica actores dispuestos a llevarse un dinerito por interpretar esos papeles? Lo ignoro, pero las cadenas te aseguran que son casos reales y uno alucina contemplando hasta donde puede llegar la miseria humana por un puñado de euros.

Claro que tal miseria no se daría si las cadenas no programasen tales programas, pero* parece que las cadenas nunca tienen culpa de nada, se salvan siempre, sólo responden a una «demanda» social que quiere -al parecer- pagar miles de euros a la novia del tipo que dejó a Neira en coma. Sale la señorita en cuestión y los periodistas encargados de «entrevistarla» le preguntan una y otra vez lo que clama al cielo: cómo es posible que venda en un programa de televisión semejante historia. La respuesta que no da la señorita en cuestión pero que es la que me sale a mí, es la de siempre: porque esta cadena me ha ofrecido una pasta; el personal que cobra por algo, lo cobra porque hay alguien que paga.

El negocio es sencillo, pero no valen hipocresías: si exigimos que esa persona tenga la dignidad de no cobrar para contar su lamentable historia, exijamos también la dignidad de no pagar por ella. La cosa no tiene mayor misterio: si alguien cobra es porque alguien paga, así de fácil.

Y termino. Un señorita, micrófono en mano, persigue a los Príncipes de Asturias por medio Cuenca gritando como una posesa preguntas tan interesantes como «¡¡¿Qué tal las infantas?¡¡» Pretende pasar el cordón de seguridad y naturalmente no puede. Insiste. Don Felipe saluda al personal y le dice a la señorita gritona que por favor le deje saludar a la gente. La reportera ataca ahora de doña Letizia preguntando -siempre a gritos- por su operación de nariz. Doña Letizia pasa de ella y saluda a los conquenses.

El titular que anunciaba esta «pieza» era: «violenta (o airada) reacción de los Príncipes de Asturias». La violenta era la reportera y lo absurdo sería pensar que doña Letizia se parase en mitad de la calle a explicar a la señorita reportera todo el proceso de su tabique nasal o lo que sea. Después toda clase de reproches a los príncipes y muy especialmente a la princesa porque «parece mentira que haya sido periodista».

Pues si, pero por lo visto ahora es la futura reina de España y no sé yo si entre sus obligaciones está pararse delante de cada reportero para explicar el por qué de su nariz y no entiendo del todo -uno es mayor- que una entrevista se pretenda hacer a gritos desde el otro lado de la calle; entiendo que se pretenda hacer, que cada cual es muy libre de practicar el periodismo como quiera, lo que me llama la atención es que encima se cabreen porque el entrevistado a la fuerza y a gritos, no conteste. O esto ha cambiado mucho o no la hacen muy bien y lo saben pero les da igual porque tienen el titular vendido.

Andrés Aberasturi

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