MADRID, 16 (OTR/PRESS)
Decía Napoleón algo así como que una crisis solamente existe cuando la gente piensa que hay crisis. Por eso mismo, siempre he defendido que un presidente del Gobierno, nada menos, debe ser el último en hablar de crisis y el penúltimo en admitir una recesión por venir.
Y jamás, jamás, dejarse llevar por el pánico. Otra cosa es, claro, deformar u ocultar los hechos evidentes, como se hizo en las semanas inmediatamente anteriores a las elecciones.
Pero, dejando por ahora de lado agravios pretéritos y centrándome en la coyuntura presente, agradezco de veras el tono mesurado del gobierno, tono que a veces -no siempre_comparte la oposición, y que jamás emplean ciertos comentaristas, sobre todo alguno radiofónico: ya sabemos que la economía es un estado de espíritu, y eso significa que es maleable. Es decir, que puede mejorar o empeorar en función del clima social y de las percepciones de la opinión pública.
Pienso que, a ese respecto, esta crisis, en lo que nos toque, no se está gestionando tan mal. Poco pueden hacer Zapatero, Solbes, el gobierno entero, la oposición y hasta los agentes sociales para llevar el timón de un barco que ni es nuestro ni se limita a navegar en un solo océano: a mí, que el presidente esté en Turquía, hablando de la alianza de civilizaciones, el mismo día en el que Wall Street tiembla, me parecería secundario, si no fuese por la sensación de lejanía que ZP produce en relación con el epicentro de la crisis.
Decía Disraeli que, cuando la adversidad golpea, lo mejor es recibirla en otro terreno. Lo que viene a ser lo mismo que poner tierra por medio. Quizá por eso, lo de largarse a la Turquía de Erdogan, como si lo de las bolsas no fuese con él, no haya sido tan malo como aseguran algunos críticos del presidente: lo peor de todo es constatar que él no tiene nada que hacer para manejar esta catástrofe. Pues eso: al menos, que no la empeore.
