Agustín Jiménez – En el puesto de Dios


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

En el subsuelo de Ginebra han inaugurado un circo para que las partículas más «freakies» del universo celebren su Fórmula 1 y se desfoguen. Sabios con gafas piensan aprender de dicha circulación la «teoría de todo» y enterarse de cómo se hizo la creación.

En Ginebra quemó Calvino a Servet, que en un libro de teología predicó la circulación pulmonar de la sangre. En Ginebra creen en Calvino y se lavan mucho.

Jean Guitton, un simpatiquísimo autor católico que se ocupó con pasión de las relaciones entre la fe y el saber positivo, publicó un libro antes del descubrimiento de internet («Dios y la ciencia») en que, con «datos científicos», fijaba más o menos la hora en que el Señor creó este mundo, el instante en que se produjo el golpe de batería cósmica que la tropa de físicos de Ginebra llama «big bang».

Contra lo que esperaba, Guitton no demostró nada y tampoco lo harán los físicos de Ginebra. Dios no es un dato sino un horizonte. El «Eclesiastés», el libro más sombrío de la Biblia – seguramente el censor que lo admitió en el canon estaba dormido -insiste varias veces en que Dios le niega al hombre la posibilidad de conocer. Científicos más duchos que Dios dicen que eso no es cierto.

Tambien lo cree el Papa, que ha estado en Francia a dar una tanda de discursos y exhibir su poder terrenal. Ante ese poder perdió el culo de nuevo el presidente Sarkozy, que, como heredero del rey de Francia, goza el privilegio de poder entrar a caballo en una iglesia de Roma. Los científicos más pretenciosos hacen mala teología; los patrones de las religiones establecidas no pueden mantener el chiringuito sin mala filosofía. Ratzinger argumentó en París que la fe no se opone a la razón sino solo a Zapatero e incitó a los jóvenes a no caer en pseudocreencias (es decir, supersticiones distintas a la suya).

Sarkozy, servido por literatos mucho mejores que los de Zapatero, le contestó con lo del «laicismo positivo», una fórmula brillante imposible de aplicar cuando el de enfrente tiene la mente categórica (que, si la circunstancias lo permite, refrenda con medidas policiales) y, en el fondo, no admite para nada la existencia del misterio. Exactamente igual que algunos físicos ginebrinos.

En otro de sus fulgores, Ratzinger previno a los jóvenes contra la riqueza. Aquí desatendió el discurso de Rajoy, personalidad sensible, de ideas claras y miras elevadas, que pretende como los materialistas que al pueblo solo le interesa la economía y que preocupaciones distintas (el alma y esas cosas) son columnas de humo. Pero tranquilícense los políticos practicantes. Era mera retórica. A las religiones oficiales les sientan mal la duda, la tolerancia, la compasión y el buen gusto pero no la riqueza. De ser así, Ratzinger se opondría a la mafia o a Berlusconi, dos productos católicos bendecidos por todas las madonnas.

Por lo demás, tanto la nueva pista de partículas como los vagabundeos estelares del romano han tenido mucho éxito y suscitado tremenda emoción. Siempre que hace algo en masa, la gente se emociona mucho. Otro misterio.

Agustín Jiménez.

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