MADRID, 19 (OTR/PRESS)
El presidente de Cantabria confesó con ingenua sinceridad, en un programa de televisión, que había perdido la virginidad en un burdel. Los populares de Cantabria, aprovechando que el feminismo observa el lenocinio con ascos muy políticamente correctos, aprovechó que la prostitución había pasado por la adolescencia del presidente para acusarle de incitar al putañeo, dentro de la hipérbole y la exageración grosera en la que se suele mover nuestra burda clase política (salvo excepciones).
El asunto se habría difuminado por la levedad y lejanía de los cargos, pero el señor presidente, siguiendo la tradición españolísima de sostenella y no enmendalla, ha vuelta a remachar el clavo, y esta vez ha dicho que eso lo hacía el 99% de su generación.
Y aquí es donde algunos, por alusiones, porque pertenecemos a esa generación en la que éramos adolescentes o mocitos en los sesenta, nos vemos obligados a intervenir.
A lo mejor, soy una excepción, señor presidente, pero debo comunicarle que yo no iba de putas. Y, que yo recuerde, mis amigos, tampoco. Es probable que fuera por falta de recursos económicos, con lo cual puede que hiciéramos de la necesidad virtud, pero a lo más que nos atrevíamos era a entrar en algún bar de alterne oficioso, y mirar.
Tampoco tenían mérito el caso de dos de los nuestros que no sentían ninguna afición por la heterosexualidad, y que no podían salir del armario, porque en aquella época lo habrían pasado muy mal, a pesar de ser menores de edad.
Quiero añadir que el hecho de que la iniciación sexual del señor Revilla fuera llevado a cabo por una profesional o por una aficionada es algo que no me importa nada. Ni las veces que imitaba a Onán, que sí es de aquella generación, de la anterior y de las que vengan. Pero eso de convertirnos a todo el mocerío de los sesenta en unos clientes de mancebía me parece una exageración tan crecida como el escándalo de sus oponentes políticos por las circunstancias de su desvirgamiento.
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