Carlos Carnicero – Capitalismo socialista


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

El espectáculo promovido por el partido republicano en su rebelión contra el plan económico del presidente George W. Bush es paradigmático de la situación: todo el mundo sabe que un plan como el propuesto -con las variaciones que se consideren- es la única garantía para evitar la bancarrota, pero las consideraciones electorales de que pudiera llegar a favorecer a Barak Obama en sus aspiraciones presidenciales les ha llevado a dificultarlo.

Una intervención como la propuesta por Bush tiene efectos colaterales a pesar de resultar inevitable. El primero de ellos es la constatación del fracaso de toda una época y una concepción de la economía que responsabiliza directamente al presidente Bush y se añade a los disparates de la guerra de Irak en sus dos vertientes: el coste económico insoportable y la incidencia en la escalada del petróleo.

En el fondo de este problema, además del peligro en que se ha puesto o está todavía el sistema financiero, late la evidencia de que el capitalismo resultante de la caída del Muro de Berlín y la puesta en marcha de la llamada Globalización necesita correcciones profundas que confieran al poder político -basado en la representación de las soberanías populares- supremacía de regulación efectiva sobre los mercados. Y también correcciones que otorguen valor ético y no contable a las diferencias con la que se gratifica salarialmente a los ejecutivos con respecto a los sectores más bajos de las escalas retributivas.

Antes, los ricos lo eran en función de sus fortunas, lo que remitía la diferencia a valores ancestrales anclados en la tierra. La justicia y la injusticia de esos contrastes era sólo -y sin duda era mucho- respecto a la propiedad. Ahora, los gestores del capitalismo deciden el salario de quienes tienen por abajo desde una posición de diferencia que es éticamente obscena. No se trata del valor económico de la diferencia sino del principio ético de que carecen de valor moral para dirigir la economía de los demás quienes se premian así mismo con esas desigualdades inaceptables.

Carlos Carnicero.

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