Rafael Torres – Fútbol y guerra


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

El fútbol es, en cuanto representación simbólica e incruenta de la batalla, de una batalla entre tribus (ciudades o países) para ser más exactos, un invento altamente sofisticado, un producto, en fin, de la civilización.

Lograr sustituir la muerte por la diversión, las devastaciones bélicas por la fiesta, no es ninguna tontería, y así como los franceses supieron dar forma política a la libertad, los ingleses consiguieron fabricar un tipo de guerra, el fútbol, donde nadie muere, ni recibe más heridas que la excepcional rotura de algún ligamento, y donde la viudez de las esposas y la orfandad de los hijos no se extiende más allá de la duración del partido, y eso si la mujer y los hijos no acompañan al guerrero al estadio, al campo de batalla.

El fútbol, así, es maravilloso, y el refrendo que recibe y la pasión que despierta en todos los confines del mundo así lo acreditan, pero cuando no es así, cuando se le despoja de su esencia simbólica y de su teatro, esto es, cuando se le despoja de la civilidad, entonces el fútbol se convierte, como ocurrió este fin de semana en el «derby» barcelonés o en los prolegómenos del partido entre el Sevilla y el Atleti, en el albañal donde pueden hozar a sus anchas los indeseables que, por la porquería de vida que tienen, no aciertan a relacionarse con el prójimo sin herirle, no pueden vivir, en fin, sin la guerra.

Ahora bien; ese número de los indeseables del fútbol no se limita a los llamados «ultras», por mucho que ellos sirvan, y merecidamente por cierto, de chivo expiatorio de las culpas de todos. El directivo y el periodista que calientan el partido, el jugador que simula faltas o se conduce con violencia, el tipo que insulta constantemente al árbitro e intimida a los jueces de línea, el individuo, en fin, que no sabe estar a la altura de ese juego de «gentlemens», se carga el fútbol como se lo carga el zángano nazi o el matón en ciernes que apunta su bengala a la grada rival o bruñe su bate de béisbol antes del partido. Son todos los necios, en sus diferentes modalidades, los que se lo cargan.

Rafael Torres.

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