MADRID, 2 (OTR/PRESS)
Hay que sufrir serios trastornos para disfrutar de las imágenes de un bebé -esainocencia sin mérito, porque es inconsciente- sometido a sevicias y ensañamientos sexuales.
Hay que padecer algún serio trastorno para disfrutar observando la violación anal de un niño de dos años, o la de una niña de tres, y me detengo aquí, porque me repugna la simple descripción. Y hay que curar a los enfermos, claro, y tener compasión por ellos, faltaría más, pero mi compasión por los niños es bastante superior a la de estos pobres enfermos y grandísimos hijos de puta, aunque sus madres no hayan tenido culpa de su trastorno y, siendo niños, cuidaran de que no les sucediera lo que les ha sucedido a otros pobres críos.
Es muy meritoria la labor de la policía, porque estos delincuentes se extienden por los sectores más convencionales y dignos de confianza, que son los mejores lugares para pasar inadvertidos. No pertenecen a estratos marginales, ni a familias desestructuradas, ni a ningún ambiente sórdido. Lo sórdido consiste en la producción, compra y disfrute de fotografías y vídeos donde las víctimas -niños y bebés- sufren los abusos sexuales de hombres hechos y derechos.
Repasar la lista de dedicaciones profesional de los detenidos es repasar el servicio público: policías, profesores, agentes secretos. Todo normal. Lo anormal es el cerebro enfermo que delinque sobre los más puro y lo encenega, que ataca a lo más limpio y tierno y lo encenega. ¿Son cómo los violadores que, al no haber mujeres en la cárcel, tienen allí dentro una conducta ejemplar, y salen enseguida por buen comportamiento? En la cárcel no hay niños, ni bebés a los que violar y ensuciar, por lo que se presume que su comportamiento será exquisito. ¿Hay algún tratamiento previsto? Y si no lo hay, ¿por qué nos parece más peligroso un depresivo maniaco-melancólico que un pederasta? ¿Por qué elmanicomio es sólo para aquél?.
Luis del Val