Victoria Lafora – Compro oro


MADRID, 11 (OTR/PRESS)
Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, tiene un concepto sui géneris de la dignidad humana. Y porque entiende que atenta contra ella, va a prohibir los «hombres anuncio» que pululan por algunas zonas de la capital. Esas personas que, a manera de bocadillo, exhiben publicidad en pecho y espalda, casi siempre de negocios vecinales, próximos al lugar por donde el hombre se mueve.

En realidad la consideración de lo que es digno o indigno, vejatorio o degradante, parece formar parte de la conciencia de cada uno y de su relatividad. Alberto Ruiz Gallardón no se siente cómodo ante ese hombre pobre que supuestamente sacrifica su sentido de la dignidad a cambio de un plato de lentejas. Pero sí se siente cómodo junto a una mujer rica en cuyo bolso resplandece el logotipo de una exclusiva tienda de modas; o junto a un piloto de fórmula uno cuyo mono va plagado de rótulos comerciales; o junto a un futbolista que luce en su camiseta -en su pecho como el hombre anuncio- la marca de un producto o de un servicio. ¿Se sienten la señora, el piloto o el futbolista vejados por su condición de personas que exhiben publicidad? ¿Cuál es la diferencia? Habría que preguntárselo a todos ellos, pero también al hombre pobre que, sin duda, nos dará la explicación más rotunda y mas convincente: «Indigno es no poder comer».

Se han cuestionado determinados oficios por su carácter supuestamente vejatorio. El de limpiabotas ha sido un buen ejemplo de esta concepción de lo políticamente o socialmente incorrecto. Permitir que un ser humano se humillase, postrándose para lustrar los zapatos de otro ser humano, nos parecía indigno. Y el contagio de esta idea debió calar con tal fuerza que los limpiabotas han desaparecido casi por completo de nuestras ciudades. ¿Cuál es realmente la diferencia entre ese trabajo o el de la manicura que te arregla las uñas de las manos y de los pies?

Si tuviéramos que hacer una lista de aquellos trabajos que pueden resultar, al parecer de algunos como el alcalde Gallardón, humillantes o indignos, deberíamos replantearnos seriamente una reestructuración social a fondo. Basureros y basureras que se llevan los desperdicios de nuestras casas, barrenderos y barrenderas que limpian nuestras calles, empleadas y empleados de hogar que higienizan nuestros retretes o limpian el culo de nuestros bebes, asistentes sociales que bañan y adecentan a nuestros ancianos, y así crearíamos un innumerable escalafón de supuestos intocables de oficio, sin pensar que la dignidad no está en el oficio sino en la persona. Que es mucho más digno el hombre que pasea, para poder comer, un cartel con el rótulo de «Compro oro», que los impolutos banqueros cuya desmedida avaricia nos ha llevado a la crisis en que estamos inmersos.

Victoria Lafora.

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