MADRID, 15 (OTR/PRESS)
Esquilmados y exprimidos hasta lo inconcebible los ciudadanos (los ciudadanos honrados que trabajan honradamente, me refiero), la Internacional Dineraria conquista sus últimos objetivos apoderándose, con la anuencia de los gobiernos, de una buena parte de lo contenido en las arcas comunales del Estado.
Sin embargo, mientras que en algún país como el Reino Unido se condiciona ese permiso de saqueo a su devolución más los beneficios derivados del uso y comercialización de esos recursos, en España se ofrece a la banca abierta de par en par la puerta de la caja de caudales que guarda el quince por ciento de la riqueza nacional para que la tome y la use como le venga en gana. La Revolución de los Ricos, aquí, no se detuvo en el asalto, captura y requisa de las empresas públicas y los antiguos monopolios del Estado, sino que, desmadrada y sin freno del poder político, ha llegado a penetrar en la mismísima gruta del Tesoro, y no precisamente para hacerse unas fotos y enseñárselas después a la familia.
El dogma según el cual para salvar económicamente a un país lo único que hay que hacer es salvar a los bancos (¿salvarles de qué, si todos los años se forran?), acompañado de la idea de que la única manera de salvarlos es entregándoles el dinero del Estado, o sea, de la gente, ha sido asumido sin el menor titubeo por el gobierno español, cuyo socialismo parece consistir en la socialización de las pérdidas, y no, cual sería más coherente, racional, necesario, equitativo y saludable, de las ganancias, a menos que a los 2.500 euros por recién nacido, a las ayudas sin concretar a la dependencia o a los cien euros a las madres que trabajan, esas limosnas, se le llame reparto de la riqueza. Para reparto de la riqueza, éste del gobierno sólo a los ricos, a los bancos, demencial premio a los que tanto hicieron para empobrecernos con su insaciable codicia, con su embriaguez y su paupérrimo sentido del bien social.
Rafael Torres.
