MADRID, 20 (OTR/PRESS)
Si un director de periódico disminuye sensiblemente el número de lectores, y, amén de bajar las ventas, como consecuencia de ello menguan asimismo los ingresos de publicidad y la empresa entra en pérdidas, dura en su puesto lo que dura una raya de cocaína a la puerta de una discoteca «after hours». Trasládese el mismo supuesto a cualquier otra empresa, aunque no sea de comunicación, y los efectos serán coherentes con las causas. Sin embargo, hay dos excepciones: las finanzas y la política. No tengo noticias de que en el banco holandés, al que han ido a parar 10.000 millones de euros del bolsillo de sus compatriotas, haya dimitido nadie, ni hayan puesto a ningún alto cargo en la calle por haber llegado a esa situación. Sarkozy, que de vez en cuando tiene esos ataques de sentido común de los «parvenus», ha dicho que cuando haya que ayudar a algún banco francés, condición indispensable será que despachen a quienes han puesto a la entidad en semejante situación. Parece mentira que algo tan obvio haya pasado inadvertido, y que vayan a manejar el dinero de los contribuyentes los mismos que no han sabido administrarlo.
En política sucede algo parecido. Ministro/as de gestión manifiestamente mejorable, especialistas en introducir pie en las zanjas de los conflictos o pisar callos del prójimo sin necesidad, en numerosas ocasiones no son castigados por su mala gestión o apartados discretamente, sino que renuevan, ascienden y mejoran, ante el asombro de una sociedad que en el Arte, la Ciencia, la Docencia y la Empresa, se rigen por otras reglas de juego, no siempre justas, claro, pero más próximas a premiar el mérito.
Ahora hay un idilio entre políticos y financieros. Lo que era un amor oculto -por necesidad de financiar las campañas electorales- hoy es un romance que aparece en todas las publicaciones, menos en las revistas del corazón. Y, al parecer, no les cuesta entenderse.
Luis Del Val.
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