MADRID, 20 (OTR/PRESS)
La gente se instala en el delirio de usar y tirar en una economía, igualmente, de usar y tirar, cual es la que se ha venido padeciendo y cuyas consecuencias se pagan hoy, por mucho que la inteligencia roma de nuestros políticos se empecine en que la añoremos. En tanto que el ser humano individual está facultado para aprender de los errores y los fracasos, bien que sólo en el caso de que tenga algunas luces, y que con tropezar diez veces en la misma piedra le alcanza para esquivarla a la undécima, el ser humano colectivo, rehén de la propaganda y la manipulación de las castas dirigentes que viven despegadas de la realidad, pues viven muy bien, no aprende, de modo que está deseando que retornen los mismos tiempos de quimérica abundancia y obsceno derroche que nos han conducido a la actual situación, que no es otra que la de la verdad desnuda de lo que somos y de lo que tenemos, bien poca cosa por cierto.
Sin embargo, cuando en estas circunstancias de desamparo la persona se reencuentra consigo, esto es, con el malestar que no remite sin el analgésico de la compra o del préstamo y con las innumerables facturas que su sola existencia genera, recupera lo que el colectivo dirigido por orates no recupera ni a tiros, la necesidad instintiva de adaptarse para sobrevivir, y luego, el gusto por rebasar ese primordial estadio y acceder a una vida digna y mejor. Llevar la ropa a rreglar por unos pocos euros en ves de tirarla, comer en casa o, en su defecto, desempolvar la tartera para llevarse las cosas ricas de casa al trabajo, cuidar el auto que nos lleva en vez de comprar otro a las primeras de cambio, todas esas cosas de la vida austera y razonable que se repudiaron por cutres, se antojan hoy extraordinariamente dignas, prácticas y liberadoras. «Se hacen arreglos». Ese cartel había desaparecido de las calles, pero hoy regresa gracias a que las personas descubren que lo que no se arreglen ellas, nadie se lo va a arreglar, sino antes al contrario.
Rafael Torres.
