MADRID, 21 (OTR/PRESS)
Los periodistas de la Villa y Corte, tan estirados ellos a veces, sobre todo cuando se habla «de los de provincias», tienden a menospreciar la figura del presidente de Cantabria, mi paisano Miguel Angel Revilla. Acaso porque es llano, porque dice lo que piensa -y no es que no piense lo que dice-, porque es algo populista y porque no ama el boato que caracteriza a otros líderes autonómicos. Quizá por todo ello algunos le llaman «Revilluca», como si eso le añadiese algo malo o le quitase algo bueno. Y se enfurecen cuando llega, como este lunes, en taxi a La Moncloa, especialmente si el taxista se baja y se pone a departir con zapatero sobre la crisis económica.
Debo confesar que me siento amigo de Revilla, que me gusta su andar por la vida a-la-pata-la-llana, su escaso amor al coche oficial y a que a su paso se cuadren los ordenanzas. No sé si tiene o no un escaso peso específico, pero constato que su popularidad -con él he recorrido las calles santanderinas, madrileñas y ovetenses- es grande y que consigue más cosas de La Moncloa (será por las anchoas y los sobaos, pero eso también cuenta) que muchos presidentes socialistas.
Sé que molesta en ámbitos del PP porque ahora está aliado con el PSOE para gobernar con este partido. Sé que fastidia a los altivos aristocratizantes, sean del credo político que sean. Y que desconcierta a quienes no acaban de entender que exista otro modo de hacer política diferente al discurso vano en el que nada de sustancia se dice, pero eso sí, se dice dentro de los cánones habituales.
Revilla tiene sus pegas, sin duda. Puede que demasiado ego. Y algo de incontinencia verbal. Pero es un buen político porque hace cosas, inaugura carreteras y edificios, hace planes para salvar el litoral de la amenaza del ladrillo… y no deja a nadie indiferente. Yo soy de los que se identifican con él, no tenga usted duda; también lo hacía cuando estaba aliado con los «populares», por cierto.
Fernando Jáuregui.
