Fernando Jáuregui – A ZP casi todo le sale mal ahora


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

Cuando la economía marcha mal, casi todo acaba yendo mal. Y ahora, tras las noticias del nuevo «viernes negro», está claro que la economía marcha bastante mal, por mucho que las voces tranquilizadoras quieran poner sordina a los momentos de angustia de dos millones muy largos de parados en España.

Que si la cosa del dinero anda torcida todo se tuerce es algo que saben las empresas, las sociedades, los matrimonios, las familias a la hora de las herencias. Así que tampoco resulta tan extraño que, por ejemplo, de pronto, los representantes de la ley y el orden se den cita para incumplir las leyes que ellos mismos tienen que defender. O que una señora llamada Juana Gálvez, acusada de graves negligencias en el Juzgado del que es secretaria, encabece la manifestación pidiendo una reforma de la Justicia. O que los jueces estén formando un movimiento llamado «21 de noviembre» en defensa de una huelga a la que, según la mayor parte de las interpretaciones, no están legalmente autorizados. O que centenares de miembros de la Guardia Civil se pasen por el arco del triunfo la prohibición de sus superiores, reglamento en mano, para manifestarse, y lo hagan con tranquilidad y hasta desafío, sin que, hasta ahora, ocurra nada.

Ni me parece cosa rara que el señor Montilla, inefable president de la Generalitat, diga que él quiere su acuerdo bilateral de financiación, con crisis o sin ella. O que el lehendakari ande organizando corrillos por el «bai» a una consulta que de antemano sabía que no iba a poder llevar adelante. Ni resulta demasiado increíble que, con la que está cayendo, los sindicatos se ocupen de las fosas de la guerra civil, ocurrida, aunque cueste creerlo, hace setenta años.

Y, encima, viene ETA, o sus acólitos, en otra madrugada violenta de viernes a sábado y siembra de nuevo el terror en las ya suficientemente martirizadas localidades vascas. Yo diría que a Zapatero casi todo parece salirle mal en estos días en los que su obsesión parece ser, exclusivamente, la de estar sentado con los «grandes» y no tan grandes en esa cumbre de los veinte en Camp David. Supongo que su famosa ola de suerte concluyó al resultar reelegido en las elecciones del pasado mes de marzo, cuando la crisis que todos intuíamos y queríamos, entonces, negar, engañándonos, hizo su nefasta aparición en todo su esplendor. Y ahora anda ZP algo errático, de Pekín a El Salvador, pasando por París y Bruselas, pidiendo un protagonismo internacional que a España me parece que ya le va correspondiendo, aunque quizá no a él personalmente: se ha granjeado, por meras actitudes estéticas, por excesos verbales o por absurdos desplantes toreros, demasiados enemigos.

Pero me alegro de que el sentimiento nacional le acompañe ahora, al menos en lo que se refiere al papel que España ha de desempeñar en estos momentos en los que todos debemos arrimar, juntos, el hombro. La oposición que representa Mariano Rajoy así lo ha entendido y, obviamente desconcertada, como casi todo el mundo, sigue en relativo silencio los pasos algo erráticos, pero muy determinados, del líder monclovita por el mundo. Me pareció entender que el Príncipe Felipe, que aún no está desempeñando el papel internacional que le corresponde, hacía algo así como reivindicar esta unidad ante la coyuntura de la economía en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, pero lo cierto es que sus palabras, cuando todos los ojos miraban hacia Pekín, hacia las bolsas o hacia Rafa Nadal, no han encontrado demasiado eco.

¿Por qué le sale todo, o casi todo, mal al presidente del Gobierno español? Puede que algo de culpa sea suya, porque está dispersando demasiado su actividad y su mensaje. Tiene un Gobierno que pide a gritos una urgente remodelación y él mismo precisa remansarse y remansar un poco a su partido, que no pierde tiempo en responsabilizar a la oposición -lo hace, al menos, en su tradicional estilo, José Blanco- de todo lo malo que ocurre. Puede que otra parte, importante, de culpa la tenga una situación internacional que el propio ZP califica, cuando no hay micrófonos delante, de «extremadamente grave». Pero él tiene que encargarse, es tarea propia del gobernante, de generar ilusión y esperanzas. Las encuestas que él mismo maneja, y las que vamos a conocer en los próximos días, dicen que las ilusiones y las esperanzas de los españoles se empobrecen casi al mismo ritmo que sus bolsillos. Y eso sí que es grave.

Fernando Jáuregui.

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