Isaías Lafuente – Sólo vida


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Conocí a Izel y Erine el pasado fin de semana, ojeando la prensa dominical. El País publicó su foto para ilustrar un reportaje sobre los cuatro niños seleccionados genéticamente y nacidos en España para salvar a sus hermanos enfermos. En su caso es la pequeña Izel la que lleva en su cuerpo la carga de células que ha permitido salvar a su hermana de una muerte segura por la leucemia que padecía. Dicho de otra manera, en la foto alternativa, aquella en la que no estuviera Izel, seguramente tampoco estaría a estas alturas su hermana Erine. Y la madre, Esther González, una mujer hoy feliz con sus dos hijas en brazos, en estos momentos sería una persona intentando digerir impotente la peor de las muertes: la desaparición prematura de una hija pequeña. Se pregunta la madre qué más se le puede pedir cuando ha salvado una vida y ha dado a luz otra. Y la respuesta es simple: nada.

Muchos de quienes se oponen a estas técnicas lo hacen desde la fe religiosa. El activismo de la jerarquía de la Iglesia católica es conocido, y resulta sorprendente toda vez que su historia se asienta sobre un procedimiento de fecundación milagroso y sobre la generosidad de un hombre extraordinario dispuesto a dar la vida por sus hermanos. Poco más o menos lo que ha hecho la pequeña Izel. Alegan que para dar una vida no se pueden destruir otras, dando consideración de personas a los embriones desechados en el proceso de selección. No cabe duda de que sobre el origen de la vida tenemos muchas cuestiones no resueltas. Y las debemos de tener todos, al margen de nuestras creencias, porque nunca he asistido al funeral de un embrión o del feto producto de un aborto.

Conozco a algunas parejas cercanas que se han sometido a un proceso de fecundación artificial. He seguido su duro proceso, sus sacrificios, su pundonor para superar los frustrantes contratiempos de los sucesivos intentos, el dolor físico y psíquico de las mujeres sometidas a tratamiento… Un acto supremo de generosidad con el único objetivo de dar vida. Por mucho que se empeñen algunos, jamás vi en ellos la reencarnación de Herodes, ni al mirar a sus hijos imaginé la muerte. Sólo vida, la misma que rezuman Izal y Erine cuando la mayor abraza a la pequeña como queriendo decir: «gracias, ahora te cuidaré yo a ti».

Isaías Lafuente.

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