Andrés Aberasturi – Lo ha dicho, ¿y qué?


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

Cuando estamos al borde mismo de la recesión, ETA vuelve a atentar contra una Universidad, esta vez en Navarra, las bolsas van por libre en su locura y los datos del paro empiezan a dar miedo, todo el debate nacional se reduce a si la Reina debió decir o no decir lo que pensaba sobre asuntos delicados y en los que su opinión pesa tanto como la mía por muy Reina de España que sea.

Tal vez no haya sido políticamente correcta, pero no termino de entender el revuelo mediático a no ser por lo que tiene de tentador y espectacular, por ese morbo que rodea siempre las cosas que salen de Zarzuela.

Tal vez mi convicción republicana me lleve a relativizar algunas cosas pero, sinceramente, me parece muy bien que la Reina opine sobre lo quiera porque sus opiniones tienen el mismo valor que la del resto de los españoles: ni lo que piense doña Sofía ni lo que diga, va a cambiar la opinión de lo que piensan y dicen el resto de los españoles. Y unos están a favor de la eutanasia y otros no, de la misma forma que unos aceptan el aborto y otros se oponen o hay quien cree que la palabra matrimonio -la palabra, no el hecho ni el derecho- se refiere exclusivamente a la unión de hombre mujer. ¿Y qué? Pues nada, que se votó la ley en el Congreso como se votará la nueva regulación del aborto y aquí paz y después gloria. ¿Qué la Reina en ese ámbito es conservadora? Si ¿y qué? ¿Qué se tenía que haber callado? ¿Por qué exactamente? Y entonces aparecen palabras exquisitas: la prudencia, el equilibrio, la neutralidad etc.

Yo quiero un Jefe de Estado (y Rey en este caso) que cumpla estrictamente lo que la Constitución le dice pero me parece muy bien que la Reina tenga opinión propia sobre estos temas que, además de ser naturalmente políticos, son, sobre todo, profundamente personales y desde luego opinables desde muchos puntos de vista.

Soy un firme defensor de casi todo lo que no le gusta ni a doña Sofía ni a mi hermana, pero no me parece que su opinión tenga que ser silenciada. Hace unos días escribía en esta misma columna las diferencias entre las opiniones de mi cuñado, las mías y las de la vicepresidenta del Gobierno. ¿Por qué entonces establecía diferencias y categorías entre esas tres opiniones que ahora elimino? Pues sencillamente porque la vicepresidenta representa un poder objetivo mientras que la Reina carece de cualquier posibilidad de convertir su opinión ni siquiera en presión. Si su marido -como dice Pilar Urbano que dice la Reina- ordenase algo a las Fuerzas Armadas sin consultar al Parlamento, ahí si que habría problemas, pero que la esposa del Rey, a punto cumplir 70 años, diga que nos es partidaria del aborto, la eutanasia o la palabra matrimonio en la uniones gays, no sólo no me escandaliza sino que me parece de lo más natural. Ella opina así y la vida sigue y salvo para la autora del libro y su editorial, nada va a cambiar por el hecho de que doña Sofía exprese sus ideas. Lo que ya resulta menos de recibo es el comunicado de la Casa Real. Parece mentira que seamos -todos, Casa Real y medios de comunicación- tan progres para unas cosas y tan carcas para otras. Si lo ha dicho, lo ha dicho ¿y qué?

Andrés Aberasturi.

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