Antonio Casado – La Reina opina


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

Confieso que siento una profunda simpatía por la figura de la Reina, Doña Sofía. Con semejante advertencia previa me curo en salud frente a quienes pudieran achacarme parcialidad manifiesta o falta de distanciamiento a la hora de valorar sus opiniones. O el mismo hecho de hacerlas públicas en el controvertido libro de la colega Pilar Urbano, sobre cuestiones diversas de mayor o menor actualidad («La Reina, muy de cerca»).

Es muy probable, pues, que me condicione esa simpatía que me inspira el personaje. Pero está fundada, o motivada si ustedes prefieren, por la calidad humana, la discreción, la profesionalidad y la prudencia acreditadas por esta mujer a lo largo de cuarenta y seis años de ejercicio como reina consorte.

Sobre todo, su sensibilidad. Son incontables los ciudadanos ganados para siempre por las lágrimas de doña Sofía en trágicos momentos. Junto a familiares de víctimas de una catástrofe o un atentado terrorista. Lagrimas televisadas, pero sinceras, espontáneas, que han llegado al corazón de los españoles en horas difíciles, como las de aquel desdichado jueves de sangre en Madrid (11 de marzo de 2004).

Y dicho esto, sobran, a mi juicio, las explicaciones difundidas por el Palacio de la Zarzuela en un comunicado hecho público el pasado jueves por la noche. Por un lado, la nota invocaba la privacidad supuestamente traicionada de una amplia conversación sobre asuntos de interés social. Por otro, se aludía a la inexactitud con la que la periodista, al parecer, recoge las opiniones de la Reina en un libro de reciente aparición. La nota era innecesaria y ha resultado contraproducente, pues ha venido a alimentar los sonoros rasgados de vestiduras que algunos creadores de opinión han protagonizado en la plaza pública.

Pero, ¿cuál es el problema? Se dice que la Reina no puede, no debe, emitir opiniones políticas. No son políticas. En todo caso, sociales, aunque puedan tener relevancia política. No es lo mismo. Y, por mucha relevancia política que tengan, conviene recordar que la Reina está institucionalmente disociada de la Jefatura del Estado, ya que ésta sólo recae en la persona de don Juan Carlos a título de Rey. Simplemente es su esposa. Y, además, la madre del Príncipe de Asturias. Pero carece de papel político, como bien deja claro el artículo 58 de nuestra Carta Magna: «La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia».

Por tanto, Doña Sofía es, antes que nada, un ser humano, una madre, una mujer capaz de sentir, pensar, razonar, juzgar, opinar, reír y llorar. Y una Reina, se dirá. Vale. Cierto. Pero una Reina consorte, que no tiene funciones constitucionales. Y, en ese sentido, una figura constitucional y políticamente irrelevante. Salvo para quienes quieran buscarle tres pies al gato.

Antonio Casado

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