MADRID, 3 (OTR/PRESS)
Uno de los síntomas que indica el declive de una sociedad es cuando ahonda en lo superficial y pasa de largo sobre lo profundo. La discreción asombrosa con que se ha acogido que 15.000 millones de euros procedentes de nuestro dinero de contribuyentes, vaya a ser adjudicado a los bancos sin que los que ponemos la pasta sepamos, ¡durante cuatro meses!, a quién y quienes les han dado nuestro dinero, contrasta con la descomunal polémica sobre las prudentes opiniones de la Reina, coincidentes con amplias capas mayoritarias de la población y no compartidas por determinados y minoritarios colectivos.
La reina está a favor de las uniones de parejas homosexuales, y en contra de que a esa legítima unión se le llame matrimonio, como muchos otros, porque ni está en la tradición del lenguaje, ni en la del concepto.
Si yo digo que he pasado el día con un matrimonio amigo, en Sevilla, y si no explico que el matrimonio está formado por Curro y Manuel, todo el mundo, incluidos los homosexuales, dan por sentado que se trata de un matrimonio heterosexual. En Gran Bretaña se le da otro nombre y en Francia, ese país que en el aspecto de las libertades siempre ha sido nuestra envidia, está expresamente prohibido llamar matrimonio a la pareja homosexual. O sea, que si la reina ha salido carca, como escuché en una emisora de televisión, resulta tan carca como los británicos y los franceses.
Y, si habla en contra de la eutanasia, teniendo en cuenta que es católica y ortodoxa griega, no hace otra cosa que ser coherente con su religión.
La exagerada y excesiva polémica por algo tan endeble y admisible, sea de una reina o de una estanquera, a la par que la indiferencia por el control con que se va a repartir un dinero que pertenece a todos los españoles, es un indicio del vuelo rasante de nuestra inteligencia colectiva, incapaz de alzarse del suelo dos palmos más allá de todo lo que no sea discusión de patio de vecindad.
Luis Del Val.
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