Antonio Casado – Comparaciones odiosas.


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Todos los individuos de una especie propia de la fauna ibérica, conocida como «progres trasnochados», aplauden a rabiar el triunfo de Barack Obama. Eso ha roto los esquemas de los «fachas», que es una especie reñida con la anterior ¿Cómo seguir manteniendo que los progres españoles están enfermos de antiamericanismo sin acusar de lo mismo al ganador del 4 de noviembre, cuya hoja de ruta y promesas de cambio despiertan tanto entusiasmo entre quienes comprendieron en su día el famoso gesto de Zapatero al paso de la bandera norteamericana en un desfile militar?

Descolocados andan quienes añoran la foto de las Azores. Y se consuelan recurriendo al argumento de que los esquemas de los progres ibéricos no resisten ni de lejos la comparación con las excelencias de la democracia americana, su clase política, la eficacia de sus campañas electorales, la profesionalidad de los candidatos, el funcionamiento de los partidos, etc. La cosa incluso va de mofas y cuchufletas si alguien tiene la osadía de comparar a Obama con Zapatero.

El papanatismo de las comparaciones, en las que siempre sale perdiendo lo nuestro, es un efecto colateral de las recientes elecciones. Una forma de flagelarse como otra cualquiera. Hay gene que disfruta inventado motivos para hacer cola en los aeropuertos. Al tratarse de magnitudes heterogéneas, incomparables entre sí, me temo que estas analogías mal traídas no son sino una excusa para algo tan ibérico, tan nuestro, como denigrar al adversario.

¿Nos ganan en todo? Hombre, depende. A mi no me gustaría, por ejemplo, identificarme con una dirigente como Sarah Palin que desconoce que Africa es un continente. Eso es mucho peor que aprender economía en dos tardes. Tampoco estaría encantado de ser ciudadano de un país cuya imagen aparece asociada a episodios tan abominables como Guantánamo, Abu Grahib, las matanzas de civiles en Afganistán o las mentiras de la guerra de Irak.

No es ninguna novedad que Obama no se siente precisamente orgulloso de esos episodios, ni del terremoto económico con epicentro en Nueva York que ha puesto en estado de shock al resto del mundo, ni de la pérdida de prestigio de su país en el mundo, ni del recorte de libertades perpetrado en nombre de la lucha contra el terrorismo. Habla de libertad y democracia como ideales, no como pretextos del ordeno y mando en una concepción unipolar del mundo.

Lo dejó claro en su discurso de la noche electoral: «Nuestra fuerza no procede de la riqueza o del poderío militar, sino del poder duradero de los ideales». Y los antiamericanos obsesivos dijeron amén, porque nada tienen contra EE.UU. En todo caso, contra Bush y su equipo, como responsables políticos de uno de los periodos más oscuros en la historia de este gran país.

Antonio Casado.

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