Rafael Torres – La casa X


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Cuando hay crisis, parece que sólo hay crisis, que lo único que hay y que importa es la crisis, y así, todo se reduce, en la mayoría, a una angustia por la superviviencia sin el narcótico momentáneamente aliviador del consumo convulso, y en la minoría, en un constante idear el modo de seguir ganando dinero a espuertas, como antes de la crisis, ora despidiendo por el morro a los trabajadores, ora saqueando las arcas comunales del Estado en forma de ayudas a la «reactivación», ora aprovechando la necesidad del prójimo en apuros para comprarle por dos reales lo que le costó diez pesetas, pero que en cualquier caso vale un duro. Sin embargo, hay otra crisis de la que nadie se ocupa, uns crisis al parecer eterna, interminable, del tipo de la Transición a la democracia, que como no se dirigía a la verdadera democracia, no llega nunca a ella y se troca en permanente. Esa crisis, que no sé si es de moralidad pública, o de decencia cívica, o de inteligencia política, o de qué, es la que permite, por ejemplo, que en la coruñesa Casa-Museo de Casares Quiroga, ministro varias veces y presidente del gobierno español en la II República, se ofrezcan, por iniciativa de las instituciones que deberían velar por ella (y por sus objetivos de reconocimiento y divulgación de los hechos y los valores representados en el ilustre político republicano), sesiones de «tappersex», es decir, promociones de artefactos a pilas que, conocidos hoy como «juguetes eróticos», sirven, como se sabe, para introdocir un toque de ortopedia a la genitalidad.

Se comprende que a los nacionalistas, que controlan las áreas en las que para su infortunio ha ido a caer la Casa de Casares, les importe poco o nada el legado de la República Española, e incluso que les ofusque el españolismo, bien que galleguista, del presidente cuya casa fue saqueada en el 36 por las hordas rebeldes, pero no se entiende la inacción de su socio, el PSOE, ante esa profanación de la historia y del buen gusto en beneficio de los dildos, las bolas chinas y demás accesorios de la soledad.

Rafael Torres.

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