Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – Los peones de «Sarko»


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

¿Cuánto vale una foto?.- De necios es, dice la sabiduría popular, confundir valor y precio. El precio de esa imagen de Zapatero dando la mano a Bush -le tocaba el octavo lugar, protocolariamente- no va a ser, parece, ni esos mil millones de euros por minuto de discurso ante el G-20, como trataba de hacernos creer el pasado viernes un locutor a quien no le gusta que el presidente español haya podido ir a Washington, ni acuerdo secreto alguno, con contrapartidas dinerarias, firmado en las sombras con el Estado francés. La foto de ZP entre los del G-20 tiene, sin duda, un valor enorme (no solo para él, claro) y un precio que imagino elevado, aunque difícil de calcular en dinero: la primacía europea de Sarkozy.

«Sarko», ambicioso como el que más, listo, siempre en forma, dispuesto a todo, ha desbancado a la tranquila y apacible señora Merkel en este primer tramo de la carrera; se ha ganado a los «satélites» español y holandés y va a plantar cara, ya lo verán, no al Bush saliente, que casi ya no cuenta, sino al Obama emergente, que vaya si va a contar. No caben dos gallos de tal calibre en el mismo gallinero. De momento, NS ya anda ofreciéndose como mediador entre rusos y americanos, a la antigua usanza, sabedor de que el peligro inmediato para Occidente no es la inmensidad china, ni la pujanza india, sino el rostro impenetrable de ese Putin que ya busca reformar las leyes para volver, quién sabe si con carácter vitalicio, a la presidencia de la Gran Rusia, tras haber aparcado allí a su títere.

Porque está claro que, por el momento, se diseñan dos hilaturas muy diferentes para afrontar una crisis que nos va a amargar el año 2009, y eso en el mejor de los casos: la europea, llena de iniciativas reformistas, casi revolucionarias en algunos aspectos, por un lado. Y, por otro, la norteamericana, empeñada, como este viernes hizo Bush, en decir que lo peor parece haber pasado y se vislumbran luces al fondo del túnel, por lo que tampoco conviene tocar demasiado lo que va, o puede ir, suficientemente bien. Es decir, el capitalismo tal y como hasta ahora se concibe o concebía. ¿Seguirá Obama al pie de la letra estas tesis inmovilistas de su predecesor? De momento, inexplicablemente a mi entender, Obama se ha excluído de este primer «round» del G-20.

La diplomacia española, que me parece que anda algo desconcertada con tantas idas y venidas a las que no está acostumbrada, reconoce, me parece, este cruce de caminos. Y admite, desde luego, que la silla que «Sarko» le cedió al presidente español habrá que pagarla en esa moneda que significa el reconocimiento formal de que el vecino del norte es el hermano mayor. Luego vendrán aspectos secundarios, como que España mantenga su posición contraria a la energía nuclear, lo que permite a Francia espléndidas exportaciones. Pero eso, a estas alturas, es casi lo de menos. Lo importante, lo que tiene valor, es que España, en la efigie de ZP, estará en los siguientes «rounds» del G-20, que serán los que decidan si Bretton Woods ha muerto o cuánto de herido ha quedado.

«The Economist» desenfoca.- Y, hablando de fotos y de su precio, hay que reconocer que «The Economist», una revista seria y prestigiosa, ha desenfocado algo el análisis que sobre España hizo en su penúltimo número. Un análisis que, por cierto, hubiera pasado desapercibido, o casi, de no haber sido por la torpeza informativa de la Generalitat catalana, que exigió, nada menos, una rectificación de los juicios -a mi parecer excesivos, pero son los juicios de los especialistas de la publicación: allá ellos- vertidos en el informe acerca de la situación autonómica y las excesivas peticiones de los gobiernos autonómicos. Eso agotó los ejemplares en los quioscos, y dio pie a que más de un funcionario en La Moncloa expresase, muy en privado desde luego, opiniones bastante duras acerca de la «línea Montilla», en lo que se refiere a algo más que a su comportamiento referente a los medios de comunicación.

Pero la verdad es que en el informe periodístico de marras, bastante negativo sobre el futuro de la economía española, ni siquiera se insiste en el que puede constituir el gran problema de la marcha de España hacia la normalización de la coyuntura: y es que en el seno del gobierno de Zapatero subsisten dos visiones contrapuestas sobre cómo hay que arreglar las cosas. Miguel Sebastián, siempre en busca de la espectacularidad, sería el «Sarko», que tiene ganado a Zapatero. Solbes sería, y perdón por la comparación, sin duda desafortunada en muchos aspectos, el Bush de la situación. Y con ello quiero decir apenas el más partidario de no mover demasiado apresuradamente las fichas, de no buscar recambios urgentes al «estatu quo» vigente desde hace sesenta y cuatro años. Aunque, eso sí, ha sido Solbes, y no Sebastián, quien ha acompañado a Zapatero en este desplazamiento a Washington.

Por lo demás, este informe de «The Economist» se parece poco a otros, mucho más rosáceos, publicados en fechas no muy lejanas por la revista, bien es verdad que almibarados por una buena dosis de publicidad invertida por el Estado español en las severas páginas del semanario británico.

La gran polémica: Afganistán.- La muerte de dos soldados españoles en Afganistán fue el otro gran polo de una semana en la que se ha mirado mucho hacia el exterior, pero sin perder el ombliguismo característico de la vida política española. ¿Deben las tropas españolas seguir o no en Afganistán? Las fuerzas políticas dicen, menos Llamazares -que ya ha perdido oficialmente toda su preeminencia en Izquierda Unida, para mal de esta coalición-, que sí, que hay que seguir; en las encuestas, la ciudadanía piensa mayoritariamente que no, porque la opinión pública ni entiende qué se hace allí ni se cree que los soldados no estén en misión de guerra. Así que la ministra Chacón, que es, sorpresa, el personaje político más y mejor valorado de España, tendrá que hacer un esfuerzo cuando comparezca ante el sesteante Parlamento para explicar muy bien si vamos, o no -que será que sí, contra lo que aseguró el «número dos» socialista, José Blanco-, a aumentar el número de soldados, suboficiales y oficiales en aquellas inhóspitas e indómitas tierras, que los atlas oficiales aún siguen empeñándose en llamar «país».

Fernando Jáuregui.

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