Antonio Casado – El pretendiente ruso


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

Hay quien sostiene que con el barril de petróleo por debajo de los 40 dólares Rusia entraría en quiebra (estamos en 48). Eso nos invita a revisar nuestros cálculos sobre la capacidad adquisitiva de esta economía emergente en relación con las gangas de unas economías occidentales en rebajas.

Ahí entra el episodio de Repsol, calificado de «comedia» por el Finantial Times en su edición del sábado pasado. De momento, hemos sabido que Lukoil, el pretendiente de la mencionada petrolera española, también anda metida en deudas. Y que busca el apoyo del Estado ruso para salir de apuros.

Si eso fuera así, y así se deduce al menos de lo publicado en los medios de comunicación, saltaría por los aires la actual disyuntiva entre lo malo y lo peor. Es decir, entre la quiebra de Sacyr -con peligrosas implicaciones bancarias- y la presencia de un socio indeseable en el sector energético.

El hundimiento y el salvavidas, teniendo en cuenta que todo arranca de la necesidad de liquidez, urgente, perentoria y bien documentada, que aqueja a Sacyr. Y de rebote a sus acreedores, Banco de Santander y Caixa. Si ahora resulta de los pretendientes rusos de Repsol también andan agobiados por las deudas, la disyuntiva ya no sería entre lo malo y lo menos malo, sino entre lo malo y lo peor.

Por no entrar en la trastienda política del asunto, pues cada vez parece más alargada la sombra del Kremlin en las pretensiones del gigante ruso Lukoil sobre Repsol. Rafael Vilaseca, consejero delegado de Gas Natural, empresa de referencia en la propiedad de Repsol, suele decir que la energía está vinculada al poder político casi en todo el mundo. Es inevitable relacionarlo con los ritos de apareamiento sobre la petrolera española.

Si además de ser Lukoil una pieza del Estado ruso en la colonización energética de Europa, resultase que no anda tan sobrada de la liquidez que necesita nuestro sistema empresarial y bancario, estaríamos haciendo un pan como unas obleas. Por unas y otras razones no es obligatorio quedarse tranquilos con la luz verde de Moncloa al intento de compra del 29,9 % de las acciones de Repsol por parte de la mencionada petrolera rusa.

La vicepresidenta Fernández de la Vega lo dejó muy claro tras el Consejo de Ministros del viernes pasado: «El Gobierno no puede intervenir» porque «no es parte». Un repentino apagón de Keynes, cuyas teorías triunfaron en el comité federal del PSOE el pasado fin de semana (el sector público como palanca de la reactivación económica). O, si se prefiere, el descubrimiento de que el patriotismo también viaja en las chequeras.

En cambio, cobrarían una nueva luz las declaraciones de Rajoy, líder del PP, y las del ex presidente, Felipe González, cuando piden al Gobierno que haga todo lo posible para evitar la penetración rusa en el accionariado de Repsol.

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