José Cavero – Las chabolas de Madrid y las viviendas de Gavá


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

En medio de las celebraciones del trigésimo aniversario de la Constitución, y también en mitad del «escándalo» originado por las impertinentes manifestaciones de Pedro Castro, que están sirviendo para el alboroto -justificado- en el PP si no fuera moneda corriente el insulto y la descalificación del adversario político…, en medio de esas minucias se han producido en las últimas horas y días dos sucesos que nos fuerzan a pensar en «la otra España», la de los más necesitados, y a menudo olvidados. No basta que la Constitución vigente desde hace treinta años nos recuerde la exigencia del Estado y de la sociedad de proporcionar una vivienda digna a cada ciudadano o familia. Es un derecho proclamado, pero cínico e incumplible, como estos días estamos teniendo oportunidad de comprobar en esos dos casos sangrantes: la destrucción por una explosión de gas de un vivienda de Gavá, en Barcelona, y la muerte de varios niños en un poblado de chabolas de Madrid. Desde luego, los poderes públicos no han estado a la altura de lo que de ellos es exigible: esa vivienda digna que menciona el Texto Constitucional en vigor desde hace tres décadas, y que ha servido para que unos cuantos promotores espabilados hicieran formidables negocios antes de poner en la calle a centenares de trabajadores.

En Gavá, están muriendo los heridos de la catástrofe. En la mañana de este sábado eran ya cuatro, pero es probable que el recuento siga hasta diez o doce. Es sumamente difícil, casi milagroso, que una persona sobreviva con más del ochenta o noventa por ciento de su piel quemada. Niños y adultos, por igual, despertaron directamente en el hospital o en el más allá. Pero nadie se ha apresurado a dar explicaciones, y mucho menos excusas por lo acontecido. A lo sumo, algunos damnificados han tenido «la fortuna» de estrenar casa nueva, o tal vez un hotel por unos cuantos meses…

En el caso de las chabolas madrileñas, es casi un rito navideño o de cualquier invierno: unos niños mueren calcinados cuando se enciente un fuego que proporcione «calor de hogar» a un cobertizo impresentable y vergonzoso. Vergonzoso para quienes emplean mal los impuestos de todos, y prefieren llevar de excursión al extranjero, a hoteles de lujo, a decenas de empresarios con sus correspondientes esposas o amantes. Pero han vuelto a morir niños que vigilaba una abuela a la que, por primera y única vez, han atendido las cámaras de una televisión.

Esta España también existe, y de vez en cuando conviene recordar su existencia, aunque sea con esta clase de vergüenzas humillantes, que nos hacen olvidar «cuestiones trascendentales» de las que a menudo llenan páginas de diarios y crónicas políticas…

José Cavero.

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