Charo Zarzalejos – La niña Alba


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

Ayer declararon quienes, en teoría, debían cuidar de ella. Ni se miraron y sus palabras fueron contradictorias. Solo hubo coincidencia en señalar que no hicieron nada, que no sabían nada, que, más o menos, pasaban por ahí y que fue ella, la niña Alba la que cayéndose al suelo ha quedado destrozada de por vida. Ocurrió en 2006 y desde entonces la niña Alba tiene parte de su cuerpo paralizado, no habla y está condenada de por vida a ser una dependiente en grado sumo.

Cuentan las crónicas que la ataban a una silla y que incluso le obligaban a comer sus propios vómitos. Los acusados, su madre y la pareja de ésta, dicen, han dicho que era una niña difícil, inquieta, que no comía, osea como miles de niños de los cuales muchos, muchísimos tienen la suerte -en realidad el derecho- de formar parte de familias que les cuidan, les protegen y les exigen cuando corresponde. Pero la niña Alba ha tenido peor suerte. La misma mala suerte de muchos niños que en nuestro país viven sumidos en el silencio de los malos tratos, del abandono físico y afectivo. Niños que sufren la violencia cruel de sus propios progenitores. Nadie se merece sufrir un niño mucho menos.

Es un valor compartido de manera universal que la familia es ese reducto que ofrece seguridad y afecto, en el que sus integrantes se quieren de manera gratuita y que los padres son los únicos que nos quieren de manera incondicional y para siempre. Pero esta regla se rompe y cuando se rompe ese reducto de afecto y seguridad se convierte en el peor de los infiernos. Un niño puede sufrir y de hecho sufre si no logra hacerse amigos pero nada debe doler más a un niño que sus referentes; es decir sus padres le maltraten, le ignoren, le denigren.

La niña Alba es el compendio mismo de la atrocidad en la que puede caer una madre porque nada de lo que ayer se declaró resulta creíble, máxime cuando los informes médicos aseguran que es imposible que las graves lesiones de Alba hayan sido producto de una caída fortuita. Pero Alba veía a más gente que a su madre y a la pareja de ésta. Tenía más familia e iba al Colegio y, al parecer, nadie detectó nada. Era una niña difícil, dicen ¿Cómo no iba a serlo?.

Los que ayer se sentaron en el banquillo son acreedores de todas las garantías que ofrece nuestro sistema jurídico pero también son acreedores de la repugnancia que suscita su horrible comportamiento.

Afortunadamente cada día hay más sensibilización social en lo que a violencia doméstica se refiere pero los hechos nos van mostrando que no es suficiente, que hay que mantener las alertas bien encendidas ante un niño silencioso e inquieto, no pasar por alto la voz apagada de una mujer que ha ido a urgencias porque se ha dado un golpe al colocar un paquete en lo alto de un armario.

El mundo no es perfecto ni los seres humanos estamos a salvo de lo animal, pero no deja de ser dramáticamente paradójico que el Estado tenga que emplear recursos para vigilar y proteger a quienes viven en espacios -la familia- que el propio ser humano ha inventado como mejor manera de vida. Lo que ocurre en España ocurre en todo el mundo. No somos nosotros los españoles seres especiales, pero no puedo evitar que hoy la niña Alba me duela como si fuera la única.

Charo Zarzalejos

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