MADRID, 21 (OTR/PRESS)
En todas las grandes crisis aparecen siempre esapectaculares casos de estafa. En la década de los Treinta del siglo pasado el «affaire» Stavitski sacudió la política francesa. El caso del Estraperlo liquidó al Partido Radical en España… Ahora ha emergido el caso Madoff con su monumental estafa de 50.000 millones de dólares a las grandes fortunas. La opinión pública reacciona ante esa estafa con una mezcla de indignación y secreta satisfacción por la naturaleza de los individuos afectados por ella, las grandes fortunas. El caso Madoff no es una muestra de adónde conduce el afán de lucro en un capitalismo sin reglas, sino cuales son los resultados de que los organismos reguladores no cumplan sus funciones.
El caso Madoff no es un fallo de mercado sino un nuevo fallo de Estado. La estafa hubiese sido imposible o sus dimensiones mucho menores si la Stock Exchange Commission hubiese desempeñado su tarea supervisora con diligencia. Por desgracia no lo hizo. No realizó ninguna inspección ni siquiera rutinaria a Bernard L. Madoff Investment Securities hasta finales de 2007. Esta compañía fue una de las pocas casas no investigadas por la SEC ni antes ni después del estallido de la crisis. Esto es vital tenerlo en cuenta para evitar el manido y demagógico recurso a la perversidad intrínseca de los mercados financieros cuando se pretende explicar esta singular estafa.
Al margen de su espectacularidad, el caso Madoff se agota en sí mismo. No pone en peligro la estabilidad del sistema financiero. Eso sí los tontos-ricos que escucharon y ejecutaron los consejos de sus asesores y los fondos de fondos que confiaron a Madoff el dinero de sus clientes, animados por los sesudos y entusiastas dictámenes de los auditores han perdido un pastón. Pero que nadie se apiade de ellos. Tenían los medios y los incentivos necesarios para preocuparse a quien confiaban la gestión de sus dólares. Ahora han de aceptar sus pérdidas y consolarse con que el estafador Mr. Madoff pague su delito en la trena.
Lorenzo Bernaldo de Quirós.
