Rafael Torres – Qué bello es vivir


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Quienes, por estar ayunos de ella, buscan la originalidad a toda costa, constantemente, sostienen que la película navideña por antonomasia, «Qué bello es vivir», es cursi y reaccionaria, pero, incluso esas criaturas modernas y epatantes, son incapaces de sustraerse a su fascinación. Dejando a un lado el nada irrelevante hecho de que se trata de una obra maestra, de un pedazo de película que contiene lo mejor del cine, o sea, del cine-cine, esto es, la capacidad de crear emoción, algo debe tener cuando, en tiempos de crisis, se buscan desesperadamente los restos angélicos del corazón necrosado de la sociedad y de uno mismo, y no se encuentran sino en sus fotogramas de purísimo blanco y negro.

Tanto es así, tantas claves debe contener esa cinta al margen de su presunta cursilería y de su supesto reaccionarismo, que la televisión, que no sabe vivir sin ella cuando quiere ponerse sensible, no sólo vuelve a emitirla éste año, sino que otros programas se han lanzado a remedarla desde todos los géneros habidos y por haber, el drama, la comedia, la parodia, el humor… Diríase que como vendimos el alma al diablo, o, lo que es lo mismo, la libertad y nuestro futuro a los bancos, la contemplación de «Qué bello es vivir» nos reconforta porque, durante hora y media, nos la devuelve, incluidos algunos hipos y algunas lágrimas inconfesables. Ahora bien, de todos estos «revivales» y homenajes a la película destaca, hay que decirlo, el de la serie «Cuéntame», sobre todo porque lo ha hecho sin complejos, a lo bestia, cursilísimamente, maravillosamente, a moco tendido.

Pues sí, qué bello es vivir, y, por lo mismo, para cuantos penan, que atormentador e insufrible.

Rafael Torres.

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