Fernando Jáuregui – La semana política que empieza – A este paso, me voy a «obamalandia»


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

Comienza la semana política con los desesperados ecos de los gritos airados de cincuenta y cinco mil -55.000, que se dice pronto- pasajeros tirados en Barajas durante un fin de semana de pesadilla. Pasajeros abandonados a su suerte, sin que nadie arbitrase medidas «audaces», eficaces, de apoyo a esos ciudadanos sometidos a la imprevisión de un Ministerio, de una Comunidad, de un Ayuntamiento, de unas autoridades, de unos pilotos que trabajan «a reglamento», aunque no lo dicen, y sin que nadie les ponga coto. Unos pasajeros, ciudadanos, contribuyentes, votantes, que sin duda habrán hallado poco consuelo en el peloteo de unas administraciones a otras por ver quién es el más culpable.

Alguien, sea o no el más culpable, habría de pagar las consecuencias. No es ya cuestión de incompetencias, sino de talantes. La ministra de Fomento, señalada por todos los dedos, no puede seguir respondiendo con salidas chulescas a la justa ira de los afectados por su gestión. Ya sabemos, ya, que ella no encarga la nieve, pero sí carga, con sus desplantes y su inactividad, la ira de quienes se sienten impotentes. Madrid, el fin de semana, fue un caos y eso no puede quedar en meras declaraciones pintureras ni tampoco en el simple «pues que dimita la ministra pesadilla», que es la proclama del líder de la oposición. Estoy de acuerdo en que la cabeza de la ministra debe rodar, porque es ley -dura lex, sed lex, aunque no esté escrita- de la política. Pero me parece que en la atalaya de la oposición también debe analizarse el soterrado boicoteo a la coordinación entre las administraciones y entre los responsables de que la cosa hubiese funcionado un poco mejor.

Veremos en qué para todo esto cuando la ministra comparezca ante el Parlamento, cosa que debería haber hecho ya antes de lo de Barajas. Como debería comparecer el ministro de Justicia antes de que los jueces, en lo que aparece como una conjura huelguística, consumen sus pretensiones. O como debería aparecer el titular de Industria para contar a los ciudadanos cómo es posible que, cuando el petróleo sube, la subida en el precio de la gasolina sea automática, y no lo es tanto, sino que más bien se retrasa, cuando es al revés.

Bien, son apenas unos ejemplos, pero habría muchísimos más. En general, a los españoles nos explican tarde y mal las cosas, se nos escamotean las cuestiones más espinosas -conste que ello no es una exclusiva del actual Gobierno- y a veces se nos despacha con un chistecito de mal gusto, con una minimización escandalosa de los hechos o, peor, culpando al mensajero o al propio ciudadano de lo que va mal. Es decir, el famoso talante con el que Zapatero llegó a La Moncloa se diluye en el gesto avinagrado de la señora Alvarez, lo cual es ya algo más que una anécdota o una frivolidad: es un síntoma.

Veo al presidente del Gobierno y al líder de la oposición inaugurando este domingo sus respectivas campañas electorales en Galicia. Con referencias decepcionantes -sobre todo, por parte del primero- a lo que de veras preocupa a los ciudadanos. Que no es precisamente si será Pérez Touriño o Núñez Feijoo quien ocupe el despacho en la presidencia de la Xunta a partir de marzo.

Me da la impresión de que, ante las apocalípticas advertencias con las que nos machacan los expertos, o ante las previsiones francamente negativas que un, sin embargo optimista Obama, está lanzando en sus mensajes inmediatamente anteriores a su traslado a la Casa Blanca, nuestros líderes políticos deberían anunciar cuanto antes «medidas audaces». Para, como dice el próximo y celebrado presidente de los Estados Unidos, «evitar lo peor». Lo que un diario madrileño, con imaginación, titulaba este domingo «el barajal» fue, en su especie, lo peor de este fin de semana. Y nadie, nadie, tomó medidas, ni audaces ni tímidas, para remediarlo. ¿Va a seguir siendo así en todo, para todos, todo el tiempo? Pues entonces paren aquí, que me bajo y me voy a «obamalandia», el país de las maravillas, dicen, y ojalá que ello, ay, fuese verdad.

Fernando Jáuregui.

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