MADRID, 19 (OTR/PRESS)
Si los buenos políticos son aquellos que saben anticiparse a los tiempos, al futuro, trabajando para transformarlo y traerlo mejorado respecto al presente, a José Luis Rodríguez Zapatero le queda un buen trecho para llegar a serlo, y eso en el caso de que marchara en la adecuada dirección: su receta para remontar la crisis, que la gente vuelva a gastar y a consumir como en los tiempos que trajeron éstos, es decir, enloquecidamente, es el más acabado ejemplo de política puramente coyuntural. Cuando lo que sucede es que se ha agotado el viejo modelo hiperconsumista porque, en puridad, ha acabado agotando todo y a todos, incluído el propio planeta que no da para más, el presidente del gobierno, que parece aspirar sólo a no dejarse demasiados pelos en la gatera de la crisis y salir reelegido en las próximas generales, acude a la quimera del consumo, a su seducción, a su narcótico, a sus solicitaciones, para resucitar el modelo y devolver la confianza a los bolsillos, pero olvida que las personas no son bolsillos y precisan de otro tipo de confianza. También olvida, y quizá ésto sea lo que le pase una elevadísima factura política, que cuatro millones de ciudadanos carecerán éste año de bolsilos ningunos y de la menor posibilidad de que alguien les ofrezca unos en condiciones.
Es de suponer que Zapatero, cuando invita recurrentemente a gastar, no se está dirigiendo a los tres millones y pico de parados, cuatro en ciernes, que, en todo caso, ya quisieran. Debe tener el presidente la pueril y peregrina idea de que el aumento del gasto y del consumo de los que pueden gastar y consumir repercutirá en los que no, pues se se crearían con ese tráfago dinerario empleos a manta para ellos, pero también en éste punto olvida que la mayoría de esos trabajadores en paro han sido declarados materia sobrante por el sistema, subciudadanos por subconsumidores, y que nada acudirá, y menos el derroche de los que tienen, a su redención.
Rafael Torres.