Consuelo Sánchez-Vicente – Derecho a la esperanza


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

A mi Barack Obama me cae tan bien como al que más y le deseo cuanto más éxitos mejor por la cuenta que nos tiene a todos y no solo a los estadounidenses que acierte quien está al frente de la potencia hegemónica mundial. Me ha parecido, eso sí, burdo marketing, que a veinticuatro horas de tomar posesión, se ponga a pintar la pared de un centro de adolescentes conflictivos en el día USA del voluntariado, para escenificar su coreado lema de que los estadounidenses tienen que ser «uno» frente a la crisis e ilustrar su mensaje de que ninguna mano sobra en la tarea, ni siquiera la suya. Mi impresión de contribuyente neta más que harta de esta especie de juegos florales de la propaganda política que en mi opinión son los posados de los grandes líderes yendo «de ciudadanito de a pie» y de normal, es que, en general, no sirven de nada ni convencen más que a los convencidos porque suenan falsos de toda falsedad: falsos pintores, falsos abrazaniños, falsos colegas de rancho con la tropa, falsos plantadores de árboles o criadores de aves en peligro… Falsos profetas. Pero, por lo que leo y escucho a mi alrededor, pienso que Obama podría ser la excepción de la regla. Hay muchas ganas de que este hombre acierte. Y es que es muy grande la necesidad de liderazgo del mundo.

Si algo no es alguien como Barack Obama, desde luego, es una persona normal, ni es haciendo cosas normales como pintar una pared donde quienes le han confiado la administración de su destino desean verle, ni creo que lo que se espera de él sea que se comporte como uno más sino que sea capaz de capear el temporal extraordinario de la crisis. Lo que desde mi punto de vista explica la corriente mundial de esperanza que ha despertado Obama son sus extraordinarias facultades políticas, su capacidad para formar equipos con los mejores vengan de donde vengan, y aquello que decía Anguita, su «programa, programa, programa». Pero la política moderna también es capacidad de comunicación, y según las encuestas que publica estos días la prensa estadounidenses y los picos de audiencia de los fastos de su «Inauguración» presidencial, lo que subyuga de Obama es la belleza de sus discursos, y lo bien que los lee… Aunque quien se los escribe sea un joven de 27 años llamado Jon Favreau, yo creo hasta los más descreídos de nosotros tenemos derecho a soñar que quien los piensa, el autor, es quien los firma: el presidente Obama, no su juglar; y que el mundo que deje cuando acabe su mandato será mejor que el que él hereda de Bush. Al menos hoy…

Consuelo Sánchez-Vicente.

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