MADRID, (ABC)
Que Osama Bin Laden ha visto en directo cómo Barack Obama juraba sobre la Biblia, no me cabe la mínima duda. Los facinerosos islámicos están a la última en lo que a nuevas tecnologías se refiere y probablemente, en su cómoda guarida, tanto si se esconde en una cueva de las montañas de Afganistán o en un lujoso chalet de Peshawar, el jefe de Al Qaida cuenta con acceso a la CNN y buena conexión a internet.
Estoy también convencido de que el discurso del nuevo presidente de Estados Unidos, le ha sentado como un tiro en la ingle.
Los malos no se suelen llamar a engaño. Odian a Occidente con todo lo que representa, especialmente la libertad, y les importa un comino que el objeto de sus rencores tenga la piel blanca, negra o café con leche.
Los fanáticos de Alá son voraces consumidores de televisión por satélite y no se puede descartar que el aluvión de comentarios elogiosos que la progresía mundial ha dedicado a Barack Obama durante los pasados meses haya hecho creer a los malvados que llegaba a la Casa Blanca un dulce partidario de la Alianza de Civilizaciones.
Craso error. Basta un rápido repaso al discurso pronunciado este martes por Obama en las escalinatas del Capitolio para llegar a la conclusión de que no se abre ante los de Al Qaida un horizonte luminoso.
Una sociedad democrática no puede plegarse a la extorsión de los terroristas. Debe mantenerse fiel a los principios, so pena de envilecerse. En la práctica, sin embargo, no es infrecuente que políticos de distinta ralea busquen atajos, vericuetos y componendas.
Eso sí: después de enarbolar con solemnidad palabras huecas y alegar que se trata de «buscar la paz».
Obama ha dejado claro que no está en esa línea. Va a cerrar la cárcel de Guantánamo, pero ha subrayado que EEUU está en guerra contra una red de violencia y odio de largo alcance, que no van a pedir disculpas por su forma de vida, que no vacilará a la hora de defenderla y que está dispuesto a aguantar. El mensaje es inequívoco.
Si yo fuera Bin Laden me preocuparía.