Rafael Torres – Espías


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

En un país donde se espía todo el mundo, donde la murmuración, el cotilleo y la pornografía de meter el hocico en la vida de los otros forman parte principal de los usos de la convivencia, no es raro que sus gobernantes se hinchen a espiar también. Sin embargo, ésto de la Comunidad de Madrid, ese espiarse unos a otros con fruición porque, al ser todo el mundo espía, nadie se fía de nadie, pudiera rebasar las cotas más elevadas de lo admisible, pues cuando un gobierno fisga, y se entrega al escrutinio clandestino, a las cámaras y a los micrófonos ocultos, al reclutamiento de guardias civiles más o menos «ex» para tales faenas y a la confección convulsa de «dossieres», lo que resulta es una pandilla de «chotas» y de conspiradores donde debería de haber un equipo de gobierno trabajando a la luz del día para el bien común.

Las cosas sobre el particular están, cual no podía ser de otra manera tratándose de espionaje, confusas, tanto que alguno de los espiados pertenece, al parecer, al bando de los que espían, pero mientras se aclara oficialmente el asunto (oficiosamente está bastante claro, la verdad), el ciudadano, el pobre ciudadano madrileño que vota lo que vota y así le va, puede usar de una herramienta algo anticuada, no muy científica pero sí enormemente reveladora, para penetrar en el tinglado de la farsa: la fisionómica. Fundamentada en la presunción de que la cara es el espejo del alma, tiene, por ello, drásticas limitaciones al aplicarse a individuos sin alma, pero, aún así, puede ser de alguna utilidad, a falta, claro, de la utilidad de la Ley, que de momento no sabe ni contesta. Observe el ciudadano, pues, los rostros de los actores del caso, y averiguará, con mágica precisión, cuales son, si es que no son todos, los rostros que mienten.

Rafael Torres.

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