MADRID, 25 (OTR/PRESS)
Tras unas pésimas ¿relaciones? con George W. Bush, el presidente Rodríguez Zapatero se lanzó enseguida a la piscina para expresar su satisfacción por el discurso de investidura del nuevo líder de Estados Unidos. Es comprensible el entusiasmo de ZP con Obama, ya que en definitiva comparte una ilusión generalizada, e incluso lo es más en su caso, dadas las ganas que tenía de que se fuese Bush. Pero una cosa son las ilusiones y otra, las realidades.
A Zapatero le ha encantado, por ejemplo, la defensa de «lo público» que hizo el nuevo presidente frente a los patrocinadores a ultranza del libre mercado, así como la visión internacional fundamentada en el diálogo y el entendimiento que esbozó Obama, de ahí que le ofreciese el apoyo de España, sobre todo de cara a las relaciones con América Latina y al desarrollo de ciertas políticas energéticas españolas de interés para EE UU.
Otros líderes mundiales también se han mostrado condescendientes con Obama pero en cambio han sido más cautos en ciertas apreciaciones. Quizá son más lectores del economista Paul Krugman que Zapatero. El Nobel de 2008 sostiene que Obama ha sido poco concreto y, sobre todo, que ha eludido un grave problema de fondo: el descontrol del sector financiero. Con todo, como reconoce el crítico Krugman, un discurso es solo un discurso y lo importante será ver la política que practica Obama en un país donde sus ciudadanos no tenían ni idea de lo que estaba sucediendo y aquellos que sí lo sabían decían que la desregulación era una gran idea. Lo que ahora está en juego es la nacionalización temporal de algunos bancos importantes, un asunto que a Zapatero seguro que también le suena.
José Luis Gómez.
