Antonio Casado – Mensajes y mensajeros


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Algunos tenemos buena memoria de asuntos tan turbios o más que el espionaje a dirigentes del propio partido en el entorno del Gobierno de la Comunidad y el PP de Madrid. Eso nos permite estar muy al tanto de la tentación que suele asaltar a quienes quedan en evidencia por el recurso al juego sucio en este oficio de la política. Esa tentación es la de decretar la muerte del mensajero, como hacían los tiranos de la antigüedad con la esperanza de suprimir el mensaje al mismo tiempo.

También tenemos constancia de los patéticos regates en corto que intentan políticos y periodistas afines a la causa perjudicada con el mensaje. Ocurrió al final del primer reinado socialista, en la Legislatura 1993-1996, cuando la Prensa más próxima al PP le ponía un sapo cada día a Felipe González junto al desayuno. Y esta ocurriendo ahora, con los papeles cambiados, en relación con el llamado Watergate del Madrid gobernado por el PP de Esperanza Aguirre, la pretendiente.

La ira contra el mensajero y los botes de humo están también presentes en las reacciones de quienes entonces consiguieron echar de Moncloa a González y sustituirlo por José María Aznar. Los mismos que ahora se sienten perjudicados en sus intereses por el olor a pólvora que se respira en el kilómetro cero de la Puerta del Sol, sede del Gobierno autonómico de Madrid. Pero la asimetría en el tratamiento informativo y opinativo de estas malas prácticas -tan malas aquellas como éstas- es escandalosa, más allá de las dosis empleadas.

Son los que endosan lo ocurrido a la capacidad de manipulación del diario «El País» y hasta tienen la desfachatez de implicar en este pleito de la actual familia del PP al ministro Rubalcaba, por un lado, y a los antecesores de Esperanza Aguirre en la CAM, Leguina y Gallardón, por otro.

Son también los que se quejan de que se acuse sin pruebas pero, al mismo tiempo, afean la conducta del mensajero, el periodista Francisco Mercado, por sentirse encantado -dicen ellos- de acudir a la Justicia con pruebas, en vez de invocar el secreto profesional, no por ayudar a esclarecer lo sucedido sino por hundir la carrera política de Esperanza Aguirre.

Por ejemplo, el diario «El Mundo», el que con mayor entusiasmo parece haber asumido la defensa mediática de Aguirre y su consejero de Interior, Francisco Granados, contaba el otro día en su primera página que de los 47 agentes que trabajan en los servicios de seguridad de la Comunidad, 41 ya estaban en la época de Ruiz Gallardón. La información pretende sugerir que Esperanza Aguirre sólo ha sido una continuadora de las buenas o malas practicas de su antecesor al frente de la Comunidad, casualmente al que ella ve como su gran adversario político en la eventual sustitución de Mariano Rajoy al frente del PP.

Y eso también es juego sucio.

Antonio Casado.

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